Como cada 16 de setiembre, la celebración de mi ordenación cataliza la jornada, a pesar de no haber nada más especial en el día que esta efeméride. Hoy el “extra” será un pollo para comer. Es curioso que esta lengua sango no tenga una palabra para decir “sí”. No existe la afirmación como tal. Basta un sonido nasal en las conversaciones diarias para asentir, pero nada más. No ocurre igual para la negación, donde además de existir la expresión escrita (pepe), la enfatizan en sus conversaciones al repetir dos veces el sonido nasal de la afirmación.
Consideraciones aparte, en esta ocasión ya son 29 años, y estoy convencido y agradecido. Lo primero porque creo no haberme confundido en la vida. Lo segundo porque sigo creyendo que es un don inmerecido. Cuando durante estos años he sido testigo de tantos fracasos en proyectos de vida, agostados en vocaciones truncadas, no puedo si no volver de nuevo el rostro al cielo y dar gracias por tanto cuidado y tanto amor en este tiempo, intactos ambos (cuidado y amor) a día de hoy. Siento el arropo de toda una familia que, diversa y plural, se aúna en el cariño que otorga sabernos y sentirnos una misma sangre, generando en ello el respeto que todos merecemos a nuestras opciones y convicciones, cuando estas son sinceras y ennoblecen a todos.
De igual modo todos los que este ministerio me ha ido dando en estos años en el parentesco de la fe, desde los primeros confiados en aquél octubre de 1995 hasta los advenedizos de esta ultima hora. Todos, de un modo u otro ocupan un espacio en mi corazón. Todos, amigos de Dios, más cerca o lejos, habituales u ocasionales, todos me han aportado lo mejor para que yo sea y pueda seguir siendo como soy.
En este tiempo también ha habido partidas. Unas, las lógicas que marca nuestra condición humana en nuestro devenir. Otras, aquellos abandonos de un paso compartido en el fraternal camino y que, motivadas por tantas y misteriosas razones, simplemente te han dejado con la confianza, seguro, de que tomaron más de lo que dejaron y ello, claro está, en la clave de la felicidad. Puedo decir hoy que a pesar del dolor, no guardo rencor alguno. La libertad nunca puede dejar rastro en el corazón de animadversión alguna. Los renglones torcidos son también lugar de gracia.
A lo largo de estos años he descubierto que sigo como en el primer momento, estrenándome como aprendiz, con la misma ilusión e inocencia y con mayor torpeza, si cabe. Cuando el pasado día al regresar a M’bata recorría la carretera y cruzaba los poblados, la gente al reconocerme, unos sonreían, otros dejaban a un lado aquello que les resultaba estorbo para saludarme y desde luego todos los pequeños corrían felices con su retahíla y cantinela infantil de “Bwa Ghus ga awe!”. (El Padre Chus ha venido!). Vivo el hoy, aquí y ahora como aprendí a hacerlo ayer, allí y entonces y como espero hacerlo en el incierto mañana, con una alta dosis de alegría y entrega, que quizá sean las únicas medicinas que alivien también mis pecados.
Una vida vivida con sencillez. Intento alejarme de todo aquello, dentro y fuera de la Iglesia, que entiendo no hace bien y no sirve para nada. Lo inútil cuando es pertinaz en su empeño de seguir siendo inútil, siempre resulta nocivo. No estoy, no estamos para malograr el tiempo que recibimos como un gran regalo irrepetible y original. He aprendido, imagino que como todos, a fuerza de golpes, que siempre es mejor ser humilde que mantenerse erguido en el ego, cuando éste tiene se esconde con tantas trampas. He aprendido a ser agradecido, especialmente con aquellos que, dolidos conmigo, ejercitan la grandeza del perdón y lo brindan como una oportunidad a desembalar otra vez. He aprendido a encajar los contratiempos, a no darle importancia a las zancadillas, a dejarme levantar y a no tener otra ambición que la de seguir diciéndole a Quién me llamó, que no soy digno, que ahí sigue estando, manchado y roto, pero dispuesto, mi Si. Como siempre, una palabra suya lo recompondrá, lo sanará. 29 años dan para mucho y de todo ello sólo destaco de nuevo el Gracias de aquél primer encuentro que se actualiza día a día.
Felicidades por tus 29 años de entrega a Dios y los hermanos. Sigue regalandonos tu alegría.
ResponderEliminarMuchas felicidades, Chus, por ese vigésimonoveno aniversario de tu ordenación presbiteral, intuyo que junto a Fernando y Teo como los otros ordenandos, al ser los tres del mismo curso.
ResponderEliminarPor otro lado, ignoraba que Tomás Sánchez Santiago y tú fuerais primos, como apuntabas en tu último o penúltimo blog.
Feliz reencuentro con tus parroquianos de M'Bata y, por ende, a tu reincorporación a esa misión que peregrináis en la diócesis de M'Baïki.