domingo, 22 de septiembre de 2024

TAMBORES EN TIERRA Y CIELO

Nunca un domingo es un día cualquiera. Cuando este año bauticé en Mokinda, muchos de los catecúmenos eran de un poblado cercano, de Wele-Wele y así cuando ahora programé, al día siguiente de llegar de nuevo aquí, el plan dominical para setiembre y octubre, no dudé en consultar al Yaya-Kota, la posibilidad de comenzar por esta comunidad.  Así podría comenzar una novela, pero hoy toca describir la realidad. No tienen ni capilla, de ahí que acudan domingo tras domingo a Mokinda. Le propuse celebrar la eucaristía dominical en el campo. Teníamos que ponernos primero a bien con el cielo, dado que la lluvia se hace presente y amenaza por todos los rincones. Y así hemos llegado al día de hoy, precedidos de una noche de relámpagos y truenos que a muchos hicieron temblar y sospechar con una fiesta aguada. Este era el ambiente escéptico que se respiraba en el consejo pastoral de sector de ayer, que aúna las capillas de Gbokia, Mbata y Mokinda. ¡Pero no! Estaba de Dios el que hoy su presencia fuera real en medio de esta gente y así amaneció un domingo gris que en apenas hora y media dio paso a un sol precioso.

Laudes, desayuno, últimos preparativos y al coche. Me acompañan Mario, Olivier y Messi. Por el camino recogemos al catequista y recién elegido ayer yaya kota de este sector, Mathias. La expectación se percibía ya por el camino, donde kilómetro que se avanzaba íbamos recogiendo cada vez más gente. Los chavalines sirvieron como el corcho blanco de embalajes  o el plástico de burbujas, para evitar que los adultos del cargamento se moviera, ocupando hasta los resquicios más sutiles de la pick-up. Llegamos y…. pleno total. Habían elaborado, como lo suelen hacer muy bien, una construcción con palos, telas y ramas, estructura que cobijaba una mesa  y un tronco grande de árbol que, adornados con unas telas verdes aludiendo al tiempo ordinario en el que estamos, eran el altar y el ambón. Pobre pero bella y dignamente preparados. Saludos efusivos de recibimiento tras los que, después de preparar todo, les propongo comenzar con la celebración del perdón. Y así a la sombra de una miserable casita, dos sencillos asientos, fueron el escenario en el que acogieron muchos este don. Primero ellas, mayores, mamás y jóvenes. Después ellos. 

Tras una hora y algo de confesiones dio comienzo la fiesta de la Eucaristía, fiesta porque rezumaba alegría por cada rincón a ritmo de los tambores de la coral. Hoy la comunidad de Mokinda ha tenido que hacer el camino que tantas veces han realizado a la inversa ellos, pero aquí estaban todos. Un grupo de una quincena de Akas nos acompañan también. Toda la misa fue un himno bonito dirigido a quien hace camino con nosotros y nos anima a preocuparnos los unos  de los otros para encontrar en el servicio el mejor distintivo de ser sus discípulos. Expresión de ello ha sido el generoso ofertorio de frutos del campo que han dispensado a la misión. Y en medio nos pone hoy Jesús a los niños, aquí en multitud, para que aprendamos a ser como ellos, alegres y confiados. El final es apoteósico porque me arranco también a bailar con ellos, como David, una danza sencilla pero en la que se contornea todo el cuerpo, rompiendo con este gesto los gritos de alegría de toda la asamblea. Tienen conciencia de que Dios hoy les ha visitado, por eso, me dijeron, no fuimos debajo de un árbol si no que celebramos en medio del poblado. Les agradecí el que acogieran a los Aka, muchos de los cuales no son ni siquiera cristianos, pero sí todos cordiales, curiosos y respetuosos. Sienten también con todo esto la cercanía de Dios a sus vidas. Todos me piden que esta comunidad sea puesta bajo la advocación de san Eusebio, en tanto que el primer católico y catequista de la misma llevaba este nombre.

Tras la comida, ya sí a la frescura de un árbol sombrío, regresamos a Mokinda. El coche a rebosar de niños, que como si hubieran pagado una plaza, ocuparon pacientemente desde la conclusión de la celebración. Despacio y al ritmo de sus cánticos llegamos a Mokinda donde los dejamos, no sin antes ayudarnos a cargar en su lugar, piedras que ya habían recogido con anterioridad y que transportamos para terminar con la fundación del muro de la misión. Una joven mamá con su peque en brazos, nos pide acercarla a Mbata para poder vender allí dos sacos de Mandioca, sacos que para ahorrarle la tarea le hemos comprado para hacer frente esta semana a los casi cien catequistas que esperamos para formación.

Y así se ha pasado el día, en el que ya por la tarde, de nuevo el tambor celeste nos recordaba que lo vivido había sido sólo una tregua, un regalo para poder vivir lo que hemos compartido.


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