viernes, 9 de mayo de 2025

LEVÍ Y LOS DOS CRISTOS

Dicen que estaba sentado en su oficina y que al paso de Jesús, escuchó "Sígueme!" y no se lo pensó, o mejor sí, tanto que al punto se puso en camino tras Él. Esta  escena del Evangelio a la que dio forma, color, sombra y luz magistralmente Caravaggio ha sido su historia y su vida también. De la evaluación de riesgos y finanzas  pasó a firmar un cheque en blanco con su vida y destino. Dejó las seguridades atrás para abrirse al horizonte de la entrega. Deseó ardientemente ser de los suyos, de esos que cuando se uncen a la tarea, no miran atrás. Hijo de su tiempo era un comunicador profundo y diáfano a la vez,  con cierto ADN de jesuita con quienes tanto y bien colaboró. Con una gran convicción en esto que forma parte de nuestras vidas y definimos como digital, como espacio para situar también a Dios. Supo transmitir bien en el aquí y ahora de nuestro mundo y de la Iglesia. El resultado fue siempre, no podía ser de otro modo, un mensaje cautivador y de calidad, creativo y fiel. Empatizaba con su mirada despierta y su sincera y amplia sonrisa. Adoraba a su familia, a sus amigos. Experimentó la sequedad del desierto cuando sus pasos parecían no avanzar hacia el horizonte tan deseado, detenidos por esas nubes bajas que a veces pretenden confundirnos y zancadillean con sus sombras.  Su inquebrantable ánimo actuó y con perseverante paciencia y comprensión llegó a su tan ansiada meta. Tanto la deseó que apenas la ha dejado estrenada en su aún recién iniciada luna de miel sacerdotal. 

¡Javier, Javier ha muerto! me comunicaban el miércoles a primera hora de la tarde mientras era testigo de la entrada de los cardenales en la capilla Sixtina. Creedme que me costó asociar lel anuncio dramático de esa muerte muerte con su persona hasta que descartadas otras opciones me invadió un instante de silencio al venirme a la mente su rostro  y un escalofrío irrumpió en mi interior. Un Javier recién estrenado, parecía imposible fuera él.  Entusiasta, lleno de vida, cordial, cercano, amigo de todos, contento,.... todo ello, ciertamente se apagó en un instante como por efecto de un soplo que detuvo el latido de su joven corazón. Inevitable ha sido, en las horas después, no volver a traer del recuerdo a Valentín. Inevitables las preguntas sin alternativa de consuelo. Inevitables los rostros que a mi mente venían de la gente conocida de las parroquias de Toro, los pueblos y cofradías, gentes en definitiva de esa bendita tierra que lo acogieron igual de bien que un día hicieran conmigo, aceptándonos como suyos. para siempre. Inevitable recorrer la lista de quienes en este tiempo han ido haciendo senda también.  David, Alfonso, Casimiro, José, Antonio, Marcelino, Domingo,.... Una Iglesia en camino que hoy se iniciaba a dar un paso adelante, valiente, tras la marcha de igual modo del Papa Francisco. Inevitable de igual modo no ponerse en la piel de los suyos, su familia y de aquellos que empezaron a serlo también, de un modo especial, los pequeños y jóvenes de la comunidad educativa del Amor de Dios, también las hermanas. 

Todo, todo parecía inevitable y la tristeza y el silencio anidaron en mi interior. Me parecía que ya nada de lo que todo el mundo hoy estaba pendiente, era importante. En el oratorio, lugar de mi refugio en estos momentos, encendí el cirio pascual. En medio de las sombras mis sollozos y oración y una llama que vislumbraba el rostro de un hombre, n esta ocasión con rasgos africanos, más joven aún que Javier, clavado en cruz parecía dar sentido a tanto dolor con sus palabras: "a tus manos encomiendo mi espíritu... Todo se ha cumplido!". Recordaba encuentros, momentos, experiencias, sueños,... y de cómo hacía apenas unos meses este mismo lugar acogía mi oración por él, unido a toda la iglesia diocesana en el momento mismo en que era ordenado sacerdote. Hoy, de igual modo, misteriosamente unido a todos, velaba su vida, mientras un incesante reguero de la noticia se abría paso por las redes. Besé un día sus manos gracias a a quién lo hizo por mí y estuve presente en su despedida también a través de su misma persona. Amaba a la comunidad dominica de Sancti Spiritus, como sugerente ámbito en su comunidad, que le motivaba a hablar a Dios de los hombres y de igual forma hacerlo a los hombres de Dios.

No puedo por menos de dar gracias a Dios por su vida y de igual modo por su súbita muerte. Él ha vivido en intensidad lo que a otros parece nos llevará más tiempo. Su vida ha sido todo un testimonio, como de igual forma lo ha sido su muerte. Al concluir la intensa estancia en oración y apagar el cirio, un generoso hilo de humo ascendió serpenteando el ambiente, y fie la imagen elocuente que me permitió compartir mis primeras palabras, escritas con trémula emoción, sobre él. Un soplo, una luz, unas sombras, un llanto, un silencio. Ahora serás tú quien nos escuches, quien también me escuches. Eres semilla buena sembrada en esta tierra, regada con el cariño de tantos y esperamos, seguro que darás buen fruto. 

Mientras se celebraba tu funeral, la Iglesia universal acogía al sucesor de Pedro en la persona de un misionero. Horizontes amplios para el anuncio y la vida del Evangelio, seguro!, futuro que te gustaría haber surcado aquí pero que lo harás ya del otro lado. Mientras se celebraba tu funeral, me comunicaban que Gracia, la niña de la capilla de Labamba objeto de la precedente entrada de este blog, gracias a aquél encuentro de viernes santo, había sido operada hoy también por el Dr. Onimus. Esta primera intervención será el comienzo para su puesta en pie. Ya no tendrá más que ir a la escuela en brazos de nadie, tampoco mirar a todo el mundo desde el suelo. Entiendo son brotes de vida, de esa Vida a la que tú ya te has incorporado tan prontamente y que nos ha dejado ahora un poco así.... pero que con el tiempo entenderemos su razón y su porqué. 

Me quedo con la gratitud de haberme dejado caminar contigo, de saber que tu paso ha dejado huella de algún modo en todos los que te hemos conocido. Esas huellas que nos acercan más como hermanos y nos orientan con alegría hacia Él. Huellas de gestos como los que realizabas este jueves santo, tu único jueves santo sacerdotal, sirviendo a tus fieles, lavando sus cansancios, acariciando sus heridas y besando sus vidas. Huellas que me quedan en el corazón de tantos paseos, amigos compartidos, veladas en el teologado, mensajes en la misión... Javier aquí todo nos parece aún largo, pero tú ya en eternidad, seguro simplemente nos dices hasta pronto. Sigue mirándonos, sigue sonriéndonos como lo hacías. Tu mirada y sonrisa la vislumbramos en León XIV, en Gracia, en tantos con los que topaste en tu vida, y sobre todo en ese Cristo de Javier, tan comunicador en el silencio de ese castillo interior tan de Jesús y tan misionero a la vez. Quizá de nuevo pronunciara hace dos días tu nombre, que es también el suyo, y escuchándolo lo has seguido, en esta ocasión hasta el nocturno mar adentro. Tus redes, unas y otras, serán también copiosas.

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