viernes, 12 de julio de 2024

MENÚ DE ALTURA

Estos días han pasado muy rápidamente. Despues de comenzar el mes de julio con las jornadas diocesanas de conclusión y evaluación de curso pastoral, me regresé por Bobúa donde tuve la jornada de preparación de bautismo y eucaristía para 37 catecúmenos. S. Martín de Porres es una comunidad muy viva, animada y dinámica. En previsión del gentío de la celebración, prepararon unas estructuras de madera con techumbres de palmas y otra suerte de ramas, mediante las que cobijar al personal que participará en la celebración. Bajo estas construcciones al uso, he tenido la catequesis y el ensayo de la celebración. Me acompaña el yaya Mathias de Mokinda y al caer la tarde nos regresamos con el mismo sentimiento agradable de estar en una comunidad despierta. Apenas a un kilómetro de su casa, un camión cargado de madera permanece varado en medio de la ruta, impidiendo poderle vadear por cualquiera de sus lados. Es muy habitual aquí encontrarse en la carretera esta estampa pero en otras ocasiones han podido arrimarlos a las cunetas, no impidiendo así la circulación. Mahias toma su mochila al hombro y se encamina a su casa mientras yo doy la vuelta con el coche como puedo para invertir el sentido hacia Mbata. 

El sábado es día de preparativos y un grupo de lectores de la parroquia de San Agustín hacen convivencia entre nosotros. Al frente de ellos Levy, su párroco, hombre colaborador y cercano. El domingo tras la eucaristía me dirijo de nuevo a Bobúa para la celebración de los bautismos. Me acompaña Sostène, un seminarista de tercero de teología que pasará su verano en Mbata junto con Germain, congolés y seminarista también pero de primero. La celebración la acaba de iniciar José Antonio y yo me incorporo. Hay gente por todos los rincones, fieles y curiosos lo llenan todo. Tras la celebración el acostumbrado encuentro en torno a un guiso de kondo (pollo), coco (hierbas) y gozo (mandioca). Piden hablar sobre el conflicto de  Gaza y la posición de la Iglesia ante tanta barbarie. Toda la información les llega a unos pocos por la radio. Tras la sobremesa el regreso a casa.

Cierro cuentas del semestre en el que casi se ha doblado los ingresos con respecto al último año… se ve que hay menos agujeros. Arreglos de última hora me hacen dedicarme a la puerta del sagrario de la parroquia. Tras la cena y las instrucciones correspondientes a ambos jóvenes, subo a la habitación cansado y sin ganas de hacer otra cosa si no dormir. Me levanto a las 4:00 y preparo la maleta, nunca me ha costado tan poco preparar el equipaje para viaje, dado que apenas llevo nada. Cargo en el coche los dos cabritos del obispo y tras celebrar la misa a las 6:00 me despido del personal en el que percibo cierta pena: seminaristas, yayas, cocinera, jardinero y trabajadores… Aquí la vida se organiza “antes del makongo” y “después del makongo”. Todo está a punto de comenzar y todos dejarán los poblados y capillas para hacer su incursión en la selva en busca de tan preciado gusano que podrán vender y con ello hacer frente, muchos de ellos, a los gastos de la escuela en la familia. Ellos si que hacen el agosto desde mediados de julio. 

Recojo en Mbaiki a José Antonio y nos vamos para Bangui. Día tranquilo, como el siguiente, dedicado a pequeñas compras y a celebrar el cumpleaños del bueno de Everaldo. Le hemos comprado una gran tarta que ha puesto un final merecido a una comida en cuyo menú él se ha esmerado: Pasta, pollo y berza. Está contento de verse agasajado.Ya por la noche le invitamos a cenar en un local regentado por indios llamado “Sango” y decorado al mejor estilo “Chill out”. Cenamos en el jardín a base de pizzas y lo mejor de todo, aparte de la compañía, es poder ver en una gran pantalla el partido de semifinales de la Copa de Europa que nos hace tener a los españoles enfrente de los galos. Comienzan marcando ellos y me sorprende no encontrar reacción alguna entre el diverso personal con el que estamos en el amplio y agradable local. Cosa diferente cuando España logra el empate en el que  la emoción campa a sus anchas entre todos y donde finalmente al marcar de nuevo y ponerse por delante la emoción torna un gran clamor de alegría. No hace falta decir que esto es expresión de lo que aquí se percibe hacia todo lo que tenga que ver con la colonia del pasado. 

Tras una noche tranquila, Everaldo nos lleva al aeropuerto. María, una enfermera segoviana que ha estado trabajando tres meses en Bangassou, Mons. Aurelio, el recién estrenado obispo coadjutor de Bangassou y yo somos los viajeros.  Aurelio es un carmelita italiano, del norte, que lleva 33 años por aquí. Hombre cordial, inteligente, crítico y emprendedor Tras su último ministerio como provincial ha sido consagrado obispo para preparar la sucesión de Juanjo Aguirre. Nos hacemos cargo ambos de un adolescente que viaja solo a Paris y es objeto de todos los controles. Está en regla pero el miedo se adueña de él al punto y con nosotros se ha sentido arropado y seguro. Es la primera vez que ha salido de casa. Jean me ha recordado a Abdú el de la película.

Ya en el avión, velocidad crucero y menú de a bordo. Un poco de mijo, dos quesitos, un paquetito de galletitas  de sésamo y una pequeña barqueta de arroz con pollo que con una ligera cerveza albanesa han hecho de este momento una gran celebración quizá para honrara al santo del día, San Cristóbal, protector en los viajes. Jamás me había sabido tan bueno un plasticoide refrigerio aéreo. Me esperan 18 horas de vuelo para poner de nuevo, tras 13 meses ininterrumpidos, lo pies en España.  Espero no sentirme extraño en casa. Será tiempo de reencuentros y toma de fuerzas para regresar de nuevo a esta bendita y dura tierra del sueño de Dios. 


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