Refugiada, huida en medio del terror de una guerra dislocada y loca como todas o como ninguna quizá. Un enfrentamiento fraticida como el de Hutus y Tutsis de Rwanda, pero aquí siendo más pobres que ninguno, no tuvieron ni cancha mediática que posibilitara atraer la atención de nadie. Selekas, Antibalakas,…, grupos y facciones que se mataban mutuamente sin saber muy bien el porqué y que sin saberlo estaban ya muertos, pero de miedo. Era éste el percutor, el gatillo, la granada. Resultó demasiado fácil decir milicias musulmanas y cristianas, una frívola taxonomía de la sinrazón, la torpeza, el interés de un mundo al que le gusta simplificar a riesgo de confundirse, como lo fue en este caso también.
Y tenía que ser hoy, el Día Internacional de Refugiado, cuando yo tenía que vivir esto y a partir de un simple e inocente listado de candidatos al bautismo y a la eucaristía, porque aquí los celebran unidos. Así se produjo el drama de una ausencia, el dolor de un recuerdo, que de haberlo sabido, yo hubiera evitado. Casi 120 millones de personas viven esta situación en el mundo hoy y casi la mitad de ellos son menores. Un horror que contemplamos en cifras y nos olvidamos que cada uno de ellos es una vida concreta, precisa, singular, como la de cada uno de nosotros, como la de Ségolène.
La celebración fue muy bonita y participada, muy festiva, como son ellos. Se mueven como nadie a ritmos increíbles que rompen y enlazan con sus contrapuntos de modo que no hay edad, pequeños, mayores, jóvenes, todos, todos bailan y expresan con su cuerpo que Dios es la causa de su alegría. El ofertorio es un momento de fiesta sin igual donde a la ofrenda de productos de la tierra y animales, le sigue la colecta económica. Todo el mundo sale al pasillo para depositar su aportación y se hace al ritmo alegre que permita distender la seriedad y el rictus de la liturgia romana.. La danza, elemento ancestral en esta poblaciones, es aquí expresión, como lo fue siempre, de la acción de lo sagrado, del trato y cercanía con lo divino. Expresión de un ser que todo él vibra al compas de lo eterno y poderoso que se ha aproximado a sus vidas. Visto sin esta sensibilidad, parecería un estridente gesto, un dislocado modo de expresar lo desproporcionado, lo que no se puede si no sólo atisbar.
Y así discurren estos sacramentos, bautismo y eucaristía, celebrados con emoción y entusiasmo, donde el traje blanco (vuru) resplandeciente que lucen ellos sombrero a juego, se corresponde con el de ellas y sus tocados florales. Días de alegría que les abren a la gran aventura de la vida cristiana.
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