Alguien ha colocado en la puerta de mi celda una ramita de buganvilia bonita, entrelazada entre la mosquitera y la puerta. Un detalle en color fucsia que sin duda desea resaltar lo ordinario de un día como hoy. Lo ha hecho mientras yo estaba en el mercado, con Paul, un cooperante francés quien solicitó una moto pero hoy… no hay motos. Así que cogí el coche y lo bajé hasta la plaza, le esperé a que acabara sus gestiones y nos volvimos. No sería más de media hora. En ese tiempo, alguien colocó este delicado detalle que preconiza esta jornada de nochebuena y navidad.
Hoy es nochebuena, sí, pero aquí- ya lo conté el año pasado creo- se vive muy diferente. Todo sin villancicos, sin frío, sin cena ni familia. Y todo, creo, por culpa de esto último. Un país destrozado en su unidad familiar no puede reunirse en torno a nada ni celebrar el encuentro de quien está lejos pero reserva una cita para estos días. Aquí la familia es un caos y si tuvieras que sentarla a la mesa te sorprenderías de ver quizá varias mujeres, madres de hijos del mismo padre, hermanos desconocidos…. un poco desastre, la verdad. Entonces se vive todo en la iglesia y en la calle, con un estilo un tanto profano, como el que se percibe en nuestra sociedad occidental en torno al fin y principio de año.
María la cooperante austriaca que ha estado dando el curso de psicología a los catequistas, ha sido con quien he formado tándem y comunidad en estas fechas y no nos hemos resignado a celebrar la Navidad de cualquier forma. Preparamos la cena, el menú, la mesa, la oración… hermosa, sentida y teniendo en cuenta a todos, paisanos, pastores y magos.... Unos entrantes de embutidos galos e hispanos, una coliflor con salsa vienesa y un pollo a la cerveza ha sido el menú que regado por un vino blanco y unos turrones (duro, blando y pan de Cádiz) han puesto el broche necesario a una cena diferente de las del resto del año. En la mesa una vela al lado de un misterio labrado en una pieza de madera por un artista local, ha sido el detalle. La conversación ha sido muy variada, hasta incluso hemos hablado del origen del villancico “stille nacht” que hunde sus raíces en su pueblo. Después de recoger todo las campanas nos invitan a la celebración de medianoche, aunque sean las 20:00 pero es ciertamente noche cerrada.
Ha presidido el Padre Roger y la celebración se le ha ido de las manos al final cuando con un gesto de “captacio benevolentia”, antes de la bendición final, ha invitado a todos los presentes a significar la alegría del misterio de la nochebuena haciendo sonar las trompetas. No han pasado una décimas de segundo cuando todo el mundo ha echado mano de esos engendros de plástico multicolor traídos hasta aquí por el mercado chino, y el templo se ha llenado de infame sordina, al punto de hacerse realmente insoportable. Este gesto ha dado pie a otros que ha ido surgiendo con espontaneidad como salir al pasillo con el cuerpo rodeado de lucecitas de navidad, o tener una diadema led multicolor, o de orejas luminosas, o portar bastones y espadas galácticas, todo lo que sea estridencia luminosa, tocado kitch, todo vale para que al mismo tiempo que se produce un sonido endiablado y envuelto en colores, sus cuerpos dancen con ritmos y golpes variados. Salir a la naturaleza de la noche es un alivio a pesar de ser profanados sus habituales sonidos por esta colonización de lo absurdo en claro abuso de decibelios.
Al regresar a casa nos sentamos y en un momento en el que van perdiendo en el horizonte de la oscuridad el bullicio y el ruido, María entona en alemán suavemente el villancico al que correspondo también con delicadeza con mi canto. De ahí nos pasamos al francés y yo no me resistí a no hacerlo en castellano. Terminamos la noche haciendo un pequeño brindis con el licor digestivo Williams, ese tan rico extraído de las peras. Una diminuta botellita del mismo, solicitada en su día en el avión, ha puesto el broche dulce y agradable a una nochebuena rara pero en definitiva santa.
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