El punto kilométrico 5 es un hervidero de personas, un mercado donde encuentras de todo. Una actividad regentada en su mayoría por musulmanes. Un ir y venir incesante de gentes, entre gritos y voces que unos anuncian oportunidades y las otras son salutaciones de una población que parece conocerse toda ella. Rebuscar entre ropas de segunda mano la que uno considera apropiada o indagar por los destartalados y viejos negocios acerca de la pieza que necesitas para tu fontanería doméstica. Compres lo que compres de nuevo, todo tiene un mismo origen: “made in China”.
La calzada muy herida está, repleta de vehículos de todo tipo que se anuncian con su claxon, advierte a los peatones de esa atención que no han de descuidar. Y en medio de toda la vorágine de gente, el vendedor de huevos que además de desafiar todo lo anteriormente dicho, hace lo propio con la ley de gravedad, manteniendo milagrosamente el delicado equilibrio de una gran cantidad de cartones superpuestos que sostiene y mece sobre su hombro.
Un enjambre de negocios dispuestos sucesivamente en desorden por todo lugar, cuyo epicentro es un cuartelillo de cascos azules rwandeses disimulado o fagocitado por tenderetes y puestos. Negocios sucios de cementos, quincallerías y ferralla que esconden tras de sí los talleres y fraguas, como el de Abdenur. Varias familias viven de este trabajo que realizan con acierto y maestría a las órdenes de Abdul, un joven centroafricano que conoce bien su oficio y así lo transmite al resto de obreros, entre ellos Mamadou, que se está iniciando en este arte. Me muestran sus últimos trabajos en curso, unas puertas para la Presidencia del Gobierno, bien trazadas, bien soldadas, contienen elementos ornamentales que las hacen diferentes, sí, de lo que comúnmente podemos encontrar en otros talleres. Cuando hablé con ellos la primera vez, me sorprendió que fueran del país, porque aquí precisamente no hay gusto alguno por el trabajo bien hecho, no hay responsabilidad hacia el trabajo como modo de vida adecuado. Aquí todo vale de cualquier manera, y la chapuza es en sí ya el logro ordinario de cualquier trabajo.
Todos ellos valoran que el “abuna cristiano” no sólo compre, si no que comparta la vida y la palabra más allá del negocio. Chapurrear algunas expresiones que recuerdo en árabe, herencia de mis estancias y trabajos pretéritos en Palestina, es u a pequeña puerta de acceso que a la postre tiene su merecida recompensa en una rebajilla en el precio final. El PK5 en Sambo-Fatima es un microcosmos diferente al PK9 en el entorno de Bimbo y diferente también del PK7 de Saint Paul. Todos ellos lugares emblemáticos de una periferia de Bangui nutrida y caótica que presagia en cualquiera de estos puntos, una humanidad que pulula mediante la ancestral actividad del comercio como magnífico exponente del intercambio que hace nos consideremos seres humanos en relación.