Al venir en Misión, hacer tu equipaje, te exige ser selectivo y fundamental en lo que tienes que traer. Es verdad que el mundo digital favorece el que encuentres diversa literatura en otros formatos que te hacen estar a merced de "conexión" y "red", es decir dependiente siempre de un intermediario. El libro de siempre es insustituible compañero. Pues bien, hice en su día una selección de diez títulos entre los que se encontraba uno de Olaizola, uno de sus best-sellers que ya está en formato bolsillo. Ignacio de Loyola, nunca sólo, así se titula. He de deciros que este peregrino me ha acompañado más millas de las que le pedí en un principio. Una biografía posible y creíble ha compuesto el autos a partir de su exhaustiva y apasionada documentación. Un libro que te cautiva desde sus primeros compases. Una fe y una santidad narradas desde su herido origen donde Íñigo tendrá que habérselas con su noche oscura, donde hondón y cielo parecen en algún momento tocarse en aquella batalla interior librada sin respuesta y dónde al final la victoria está en comprender que seguir a Dios supone rendirse no a la propia perfección cuanto dejarse acompañar y sanar por Él, que sostiene el sufrimiento pero nunca lo causa.
Así, página a página comienza a crecer su hombre interior que también alcanza al lector. Sorprende descubrir que también para Ignacio, cruzar el Cardenet, junto a Manresa, fue un momento de iluminación sin igual, sintiéndose a partir de aquél puentecillo, otro diferente. Me habéis oído decir que cuando hice el camino Ignaciano, yo también experimenté algo en aquel lugar que marcaba como un antes y un después y resultó fundante, porque en numerosas ocasiones el espíritu me lleva hasta allí. Barcelona, Roma, Venecia, Jerusalén serán todas ellas testigos de sueños y realidades, de ilusiones y desengaños. Alcalá, Salamanca, Paris lo serán de sospechas, rechazos, recelos y encuentros. Aranzazu, Montserrat, Montmartre y San Pablo extramuros serán citas donde el compromiso irá discerniendo el futuro, que siempre es de Dios y nunca de uno mismo.
Y si algo define a este vasco de Loiola es el camino, el apostolado de la caridad, la introspección como pedagogía del Espíritu para conocer e identificar la voz de Dios y su voluntad para cada uno. Así se curte este hombre, en medio de contrariedades y dificultades, de discernimiento sincero. Ni que decir tiene que después del solo y a pie del bueno de Tellechea, éste de Olaizola considero como los mejores en torno a la figura de Ignacio. Me ha ayudado mucho en ese itinerario espiritual que cada uno va escribiendo con su vida. Me ha impresionado de nuevo la soledad de Íñigo, quien es el alma de la compañía,un proyecto compartido, pasó muchos momentos sólo. Me ha hecho pensar de nuevo su lucha interna a propósito de sus deseos y por dónde al final le domeña la voluntad de Dios. Me ha llegado el hecho de que escribiera a Javier sin saber que hacía dos años había muerto... Muchas páginas de este libro me han sugerido páginas del alma propia que son al final escritas no tanto por las capacidades cuanto por la inspiración. Caligrafías de la gracia que usan la tinta de nuestras flaquezas, planes que nos abren al reto de lo desconocido más que a la seguridad de lo programado. Aquí es donde le he encontrado actualidad y personalidad (la mía y seguro que de diferente modo la de cada uno) cuando te enfrentas a esa gran vocación y misión del "¿Qué mandáis hacer de mí?" de Teresa o del "Tomad y recibid Señor ...." del propio Ignacio.
Así lo he leído y así lo estoy viviendo. De igual modo os lo comparto. Ignacio buscaba Jerusalén y por el contrario escuchó en la fuente de la Storta que "en Roma te seré propicio". Así en medio de la contrariedad aprendió él también a obedecer. Aquí en la misión esto es un poco así. Estás llamado a dedicar largos tiempos a la oración, para ver en medio de la nada, volver a soñar cuando viene el revés, caminar frente al desaliento, la envidia y el cansancio y saber conjugar los pasos en solitario con los momentos de compañía. En fin, baste esta entrada de hoy un poco atípica y no al uso de las acostumbradas, como un homenaje a un buen compañero de viaje, a un peregrino, como es este libro, este Íñigo impreso, a ese Íñigo jesuita y a este que escribe sin tinta en este blog y que desde aquella tarde de finales de abril de hace tres años, en una catedral a rebosar de cariño y fraternidad, fui enviado a este camino de la misión, ya andado por otros pero siempre por hacer, un camino que cada día se hace pero nunca sólo.