Hacía ya algún tiempo que no montaba en moto. La sensación aquí es muy distinta. Senderos muy estrechos que apenas se intuyen entre hierbas de todo tipo que te acarician el rostro. A ambos lados, cual muralla natural, se levanta también todo tipo de vegetación, que como un continuado burladero forestal, acoge en sus márgenes a todo tipo de peatones, niños y mayores, que se protegen al sonido de un cuasi permanente claxon. Evrad me va indicando cuál es el árbol de la goma arábiga, cuál el del caucho, la mandioca,.. un sinfín de especies. Film de la realidad cuyo metraje se realiza a escasos 20 kms/h. En medio de la espesura, unos tejadillos delatan una pequeña población, es Poto-Poto. Un camino algo mejor se abre ante nosotros y nos conduce ya a poca distancia hasta Paris-Congo. Allí la parada es obligada para ver a un grupo de jóvenes que fabrican ladrillos para una capilla cuyos cimientos prueban su reciente proyección. Me invitan a beber “kangoya”, una bebida natural, muy poco alcohólica generada de un recién talado tronco de Palma. Me explican amigablemente el proceso de fabricación de los “abiriki”, los ladrillos. Moldeado y prensado de la rojiza y tamizada tierra del lugar, secado al sol, y posterior pira de fuego para ser así cocidos. El ritmo es frenético, preciso. Los roles de los trabajadores también. A pesar de ello, el trabajo requiere mucho esfuerzo físico.
Abandonamos el camino que ahora es ya carretera de tierra. A nuestras espaldas, Mongoussa y M´Baïki. Tras pasar una cordial barrera de control, que nos saluda con su blanca sonrisa y gratuidad de peaje, llegamos a Scad. Es la población más grande de este entorno y, si algo destaca es sobremanera por la plaza, el mercado. Una vistosa y colorida nada que vender, en un destartalada estructura de madera que un día soñó con ser un puesto de mercado. Apenas unos pocos tomates cual canicas, cubiletes de infames e insanos concentrados alimenticios. Unos peces negros puestos sobre unos sacos directamente en el suelo y que acariciaron también en algún momento el querer ser "fumé" y se pasaron directamente a "brûlé"... Los "makongo" por doquier como producto estrella de temporada,... así es el decadente y amplio mercado de Scad. La hora, es por la tarde, evidencia con sus vacíos, presencias seguro de una tumultuosa y trepidante mañana de anuncios vociferados de todo aquello susceptible para estas gentes de poder ser vendido y sacar con ello algunas monedas, de un valor que aún hoy tampoco es suyo (el franco cefa).
Volvemos a Paris-Congo por otra ruta, en la que dejamos a un lado “La Societé”. Un conjunto de casas de madera bien cuidadas, unos depósitos de agua. Los “akota kutukutu”, camiones, son la huella de una actividad maderera llevada hoy por libaneses. Llegamos y le manifiesto mi gratitud por el viaje y cómo mi pobre fe en los milagros se ha fortalecido hoy, al comprobar que, el cartón con dos docenas de huevos que habíamos comprado y yo traía de la mano cual botafumeiro mecido en la arritmia del trayecto, había llegado sano y salvo.
“Laposo”, sábado. Sólo y a pie me encamino hacia la zona de los cafetales. Cruzo un maltrecho puente sobre un riachuelo de claras aguas donde unos pocos nenúfares saludan al frescor de la mañana abiertas sus flores. Una hora de camino y llego a Moscou. Pregunto por los árboles de café. Baruch y Obdilón me los muestran y me explican su ciclo. Verdes ahora, los frutos, tornarán rojos y en Diciembre se recolectarán. Me ven feliz por tener delante el motivo de mi paseo y búsqueda de quien tanto me da cada mañana en esa savia azabache de olor y sabor intensos. Regreso con mucho calor.
Domingo, “Layenga”. Mi primera eucaristía en Sango con homilía en francés, traducida a dicha lengua por el catequista. Al terminar, y ya a la sombra del campanario se ve que están alegres y me manifiestan su felicidad al escucharme en Sango. Sus caras son todo un estímulo para seguir en esta tarea. Les he obsequiado con unos rosarios que me confiaron para ello las Carmelitas de Toro. Buen día para este gesto.