Estamos en los estertores de la época seca. Anoche así lo indicaba una tormenta de viento que se desató e hizo silbar todo, árboles y techumbres. Esta mañana tras la celebración de la Eucaristía, tomo el todoterreno y me encamino a M´Baïki. En el trayecto de poco más de 40 kilómetros, me he detenido en tres ocasiones a cuenta de árboles caídos sobre la carretera, impidiendo de este modo el paso. Uno lo circundé, saliéndome de la línea roja de la tierra que marca la carretera. Otro pudimos moverlo a cuenta de que era un tronco quemado y por tanto algo más ligero que de costumbre. Lo movimos entre unos cuantos motoristas y yo, lo suficiente para que pudiera pasar el ancho del vehículo. El último fue el resultado del trabajo arduo de un joven Aka con su hacha. Ayude un poco a poner otra pieza de madera debajo y colocarme de pie como contrapeso en el extremo de la madera que estaba sufriendo el golpe continuado y certero del joven. Después de un rato, un crujido severo, desvelaba que el tronco estaba desgarrado y por tanto ya éramos capaces de retirar ese trozo para pasar. El joven me trató con mucho respeto y no dejaba casi tomara yo iniciativa alguna en la tarea. Al final le recompensé con 500 Fcfa, menos de un euro, que acogió entre sus manos dolidas de los golpes, como un gran don y sonriendo me dijo “Singuila, Bwa”. Retuvo a un motorista, porque entendía el primero que había de flanquear ese obstáculo salvado era yo.
Estos son los imprevistos de estos caminos. Imprevistos previsibles a cuenta de esa práctica tradicional absurda que es el “feu de brousse”. Los adultos, cuando se la cuestionas, le echan la culpa de su origen a los niños, pero no. Son ellos quienes prenden fuego al bosque de un modo estúpido, Una práctica peligrosa e ineficaz, pero para ellos muy fácil para conseguir su objetivo: limpiar el bosque. Es peligrosa porque pone en riesgo sus vidas, sus casas. Peligrosa porque el ígneo devora indiscriminadamente todo, desapareciendo masa verde forestal en cuyo lugar aparecen extensiones como negras teas, humeantes días y días, dejando tras de sí un espectáculo desolador. Hay que tomar conciencia de lo absurdo de esta medida que calcina la naturaleza, no la limpia. Que extermina la selva, no la limpia. Que provoca el éxodo de fauna, al menos de aquella que no capturan para su subsistencia..
Hay columnas de humo por todas partes y la tierra se resiente, llorándonos no pocas esquirlas carbonizadas, que lo invaden todo porque están mecidas a merced del viento que las transporta y lleva y deposita donde estima, según su caprichoso discurrir. Es un mal complemento popular a la tala institucionalmente permitida. Muchos de estos árboles se yerguen sobre las rutas como denuncia de la propia selva a una práctica que nadie sabe explicar pero que todo el mundo realiza porque consuetudinariamente así se ha venido haciendo siempre, sin rechistar.
Es preciso reaccionar ante este atropello absurdo que se hace a la selva a cambio de ningún argumento, ninguna ventaja. Aquí este tema del tráfico de madera es preocupante. Al caer la noche, se perciben entre los sonidos propios de la nocturnidad, lejanas motosierras que cercenan ese trabajo de botánica estalagmita que con tanto cuidado y a un ritmo lento ha ido generando la naturaleza. Piezas enormes de árboles centenarios en verdad, son cargados en enormes camiones que circulan hasta los aserraderos, también por la noche. La política de las barrières en las carreteras nació como una medida de control al tráfico de madera, cosa que en la actualidad tienen olvidado, limitándose a un corrupto y aleatorio cobro de un peaje insultante a cuenta del estado que manifiestan las vías.
Esta es una silente herida que sangra al país, desposeyéndolo de la verdadera riqueza que posee. Un latrocinio hecho en aras de permisos y concesiones a países y multinacionales que encuentra un fiel aliado en esta práctica popular que torna el verde por el negro, la vida por la muerte, dejando tras de si un escenario deplorable de destrucción al que se somete implacablemente a la propia naturaleza que apenas puede decir nada, si no es pacíficamente tumbarse delante de nosotros para recordarnos que algo grave está pasando, algo de consecuencias muy serias estamos haciendo, algo de lo que nos lamentaremos dentro de no mucho y que a unos ha llenado los bolsillos y a otros les ha hecho cómplices de lo absurdo en la historia. Unos y otros se darán cuenta, también nosotros, que el oxígeno, la vida, el agua tienen todos una misma tonalidad que estamos cambiando a modo de lo que escribía M. Ende en aquella obrita de Momo.: los hombres de gris, el gris que invade el mundo, es la nada, que amenaza de este modo con llenar nuestro todo, precisamente con su nada.
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