Cada día es un aprendizaje nuevo. Como los niños que sin balbucear, permanecen atentos con sus ojos grandes bien abiertos a la realidad, observando y aprendiendo inmersos en su asombro silente. Así me pasa un poco a mí. Aprendes de las situaciones nuevas, de las reacciones antes insospechadas y a tu alrededor vienen palabras nuevas que atracan a tu vida como si de un puerto se tratara, para reanudar su rumbo no sabes cuándo. Así me ha ocurrido con la palabra que intitula esta entrada de hoy. La definen como la incapacidad de disfrutar de actividades que antes gustaban y apasionaban y que dejan de interesar porque vives refugiado en el debir de tu interior. A menudo caemos en la tentación de pensar lo injusta que es la vida, olvidándonos de que la vida es una lección permanente que nos enseña en virtud de nuestros actos. Este aprendizaje se construye a base de grandes dosis de sinceridad con uno mismo. Nos aterra la oscuridad y olvidamos la ténue pero firme y constante luz de nuestro interior que merece ser acogida y protegida para que remecida, ilumine de nuevo nuestro ser.
El libro de las Lamentaciones lo expresaba muy bien cuando decía:" Me han arrebatado la paz y no recuerdo lo que es la alegría.... ciertamente esto abate mi alma pero hay algo que traigo a mi corazón y me regala esperanza: Que la misericordia del Señor jamas se agota si no que se renueva cada mañana. ¡Grande es su fidelidad! " (Lam 3,17-23). Rodeados de dolor, el lenguaje de la fe es el silencio y sólo encuntra sentido la vida si amamos, y el amor lleva consigo en algún momento sufrir. De este modo esta situación de crisis del espíritu tiene un propósito: Ayudarnos en nuestra naturaleza, en nuestras emociones, en nuestra espiritualidad. Crisis, en japonés es a lapar de lo que comúnmente entendemos todos por ello, oportunidad. Un viaje introspectivo, místico, personal, que nos conduce de sabernos perdidos, desbordados al inicio, a la transformación del final, porque nos encontramos cara a cara con nosotros mismos.
Todo esto para decir que la misión, lo hemos dicho muchas veces, no es un paraiso que, idealizado, parece estar al margen de todo aquello que nos puede asaltar en la vida ordinaria. No. En la misión, si cabe, se agudizan más estos contornos de vulnerabilidad y pobreza, porque en sí misma es una experiencia pobre y vulnerable, no sólo en lo material. Por eso vivir con hondura te ayuda a estar conectado con la esencia, con lo radicalmente imprescindible. Es un viaje en el hay que superar los límites de las sombras y de la mentira cuyos contornos llenamos de poesía como único lenguaje de lo sublime, de la luz y la verdad. Hay quien todo esto le provoca ansiedad y estrés, tristeza y hasta un morir en vida, pero es vida en estado puro.
Creo que la clave es superar la tentación de comprenderte, aun siéndolo, sólo y exclusivamente como victima. Está claro que no se puede cambiar lo que hasta tí viene y te visita como incontrolado. Este es el humus para bloquearte y rendirte a la negatividad. Vivir y acariciar tal cual es tu ego es muy difícil. Los sentimientos no te ayudan en este empeño pero sí la razón. Todo está abocado a resurgir y al hacerlo, serlo transformado. Y este es un ejercicio permanente que lejos de abatirte, te hace fuerte. Cuando en medio de tanta indigencia te preguntas dónde está Dios, tras ese vacío inicial, lo descubres más cerca de tí que tú mismo. Por eso yo añadiría que una consecuencia de la anhedonía, es precisamente, comenzar a valorar lo que hasta entonces por el ordinario ejercicio de la rutina vital, pasaba inadvertido y dedicarle en verdad lo que merece.
Y todas estas reflexiones al punto del Aviento, cuando hacemos camino hacia Quien es la luz que irrumpirá la noche con el destello de un balbuceo de recién nacido, haciendo así nuevas todas las cosas. Y todo esto para decir que la misión es humana, demasiado humana, porque si no es así, tampoco sería divina. Adviento en la misión es camino interior hacia el gloria que se dibujará en el cielo y que resonará de un modo inusual en el corazón de aquél que esté dispuesto a afrontar y superar el peso y lastre de la anhedonía.
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