Nuestra cabecera de hoy remite al espíritu de una frase atribuida al primer soberano Borbón, Henri IV, quien con ella (y París de por medio) expresaría lo conveniente que es establecer prioridad, renunciar para obtener en verdad aquello que uno anhela y que considera es mucho más valioso. El monarca, nos dice la historia, lo hizo convirtiéndose al catolicismo para con ello alcanzar el trono galo. Dejando el juego de tronos a un lado, en esta ocasión ha venido a mi memoria la misma porque me ha tocado ponerla en práctica.
Como cada 27 de setiembre, celebramos la fiesta de un cura muy muy especial, francés también por cierto. Vicente de Paul como pocos ha encarnado sin ambages la caridad evangélica, a costa de las aspiraciones humanas. Safa tiene la dicha de contar con una comunidad de Hijas de la Caridad que atienden un hospitalillo, una escuelita y el centro de nutrición infantil. Un tesorito lo que hacen pero sobre todo, ellas, quienes lo hacen posible con tanto amor, tanta delicadeza y tanta profesionalidad, a pesar de los medios tan limitados. Al felicitarlas en su día, me percato que hoy, a pesar de tener dos sacerdotes autóctonos, hoy día grande para ellas, no podrán celebrar la eucaristía.
Llamo a Romarick, el joven chófer que me lleva en la moto de la misión a aquellas capillas a las que no se puede acceder en coche, y nos ponemos en sendero, digo sendero porque en la mayoría del trayecto es un hilo de tierra que serpentea por entre el verde de la selva. Así, apenas cuarenta kilómetros de ida, nos separan y pertrechados para la ocasión y tras una hora y tres cuartos de doma motocicleta, llegamos allí. Atribuyen a la providencia la visita y en un plis-plas, organizan a los niños, a los jóvenes y a los papás que allí estaban y, con gozo celebramos todos la fiesta de Jesús en medio de los pobres. Tras una animada liturgia, viene la segunda parte de la fiesta, el banquete. Y ellas comen con los pobres haciéndonos partícipes de este gran don también a nosotros y con ello expresar la predilección de Dios y el regalo de Vicente en su estilo y en una de sus obras, sus Hijas, bueno mejor, Hijas de la Caridad.
¿Cómo no haber venido? Ellas me acogieron en mis solitarias estancias en Safa, cuando de advenedizo balbucía el sango. Ellas me abrieron las puertas de su casa y de sus vidas, mostrándome su rostro no ya de hijas, si no de hermanas. Que el Señor nos acompaña y cuida, es para mí un dogma existencial. Ellas han estado siempre cerca, muy entrañablemente cerca del ejercicio de mi ministerio, incluso en mi estancia de huésped en preparación para la misión en Madrid. Después con gozo, aquí también las he encontrado a mi lado. En esta ocasión, hoy, la comunidad ha cambiado debido, una a la caridad a ejercer con la familia, otra al intercambio misionero entre comunidades y la otra para continuar estudios. Pero de igual modo hoy sigue siendo una comunidad preciosa que representa muy bien cómo el mundo puede entenderse a pesar de nacionalidades diferentes, cuando se utiliza el lenguaje de Dios, el idioma de la caridad. Así una colombiana, tres ruandesas y una burundesa son este rostro de fuegos que encienden otros fuegos en este Éphata que vive la familia vicenciana y que junto a todos se sienten con júbilo peregrinos de la esperanza y del amor de Quien se hizo nosotros e hizo camino primero para encontrarnos y amarnos. ¿Cómo no ir a Safa hoy?. El tortuoso camino se hizo bien porque también era de Dios estar allí y con San Vicente echar una mirada llena de caridad en derredor y descubrir con gozo la afirmación de Jesús de que a los pobre los tendremos siempre entre nosotros, a ellos especialmente va dirigida la Buena noticia del Evangelio.
Al llegar a casa y deshacerme de la mochila, me percaté que pesaba más de lo que yo la había preparado y que ello era consecuencia de dos regalos inesperados, dos tarros de confitura hecha de cáscaras de naranja y de mango elaborado por las hermanas. Suave pago al paladar para un viaje de ida festiva y retorno feliz. Así es la caridad en pobreza extrema, sucia pero exquisita, te hace sentir bien tantas veces como requiere de uno.
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