domingo, 23 de julio de 2023

RIP

De nuevo la moto es nuestro transporte hasta Scad. Vamos a un funeral, será el primero al que acudo. La ceremonia es en la propiedad, la casa del finado. Allí mismo será enterrado. Un gran gentío de gran colorido nos da la pista del lugar. Cantos y bailes donde todos participan. El espacio delante de la vivienda es amplio. Restos de diversas fogatas delatan una anterior vigilia nocturna concurrida. El difunto está en un féretro de madera sencilla, forrado de azul vistoso con estrellas y una cruz e amarillo resultón. Lo tiene colocado en el amplio portal de la casa, el ataúd sobre la cama. El resto es una amalgama de mujeres en derredor. A su lado la viuda. Deja once hijos y cuarenta y tres nietos. Percibo que los roles están muy repartidos. Los hombres no llora ni se lamentan. Sólo espectan. El responsable del kodoro hace un panegírico tras lo cual dará comienzo la misa.

Bwa Evrad indica cambiar el lugar del altar. Está muy alejado de todos. Lo han preparado muy bien. Una empalizada que sostiene un  ensombrado de diversas ramas. Una vez reubicado, toman posesión de lo que fuera lugar sagrado, todas las autoridades, los “akota zo”. Diversos símbolos van colocando sobre la caja del difunto. Una cruz tosca, labrada en madera, recuerda su reciente condición cristiana. No en vano se bautizó en Junio, estando bien. Una trenza vegetal con unas tímidas flores, deposita ahora su viuda. Una vela encendida, su hermano. La misa celebrada en medio de un gran ambiente de cantos y algarabía. Un ruido de máquina diesel anticipa lo que será una tanqueta de la ONU que pasa por el lugar con la única pretensión de que nos sepamos vigilados. Murmullos al respecto. Por si no fuera poco, al cabo de unos minutos vuelve a pasar de regreso con la misma pose de superioridad circunspecta, ajena a la vida que palpita fuera del acorazado. Los comentarios arrecian:"el otro día en Mali la gente les tiraba cosas..."

Concluida la ceremonia, voluntarias mujeres prestan sus paños que un hombre anuda sucesivamente. Unos militares se dirigen ante el ataúd y saludan al finado. Fue en su momento autoridad del kodoro, lo debió de hacer bien y ser honrado y justo. Como tal es recordado. Ya sólo hombres, se encaminan con el féretro al lugar de su enterramiento, a pocos metros de su vivienda. Es el momento en el que las mujeres plañen a coro. Como contrapunto, la viuda ejecuta una lastimosa danza y se revuelca en la tierra. Los hombres con los lienzos anudados descienden la colorida y sencilla caja al fondo del agujero. Comienza el enterramiento. Las sucesivas paladas de tierra quedan acalladas por el griterío femenino. Todo sigue un guión. He enviado alguna foto de esto y alguien me ha comentado: “la gente no parece muy enlutada”. He respondido que aquí para ellos, morirse es con mucho lo mejor que les puede pasar, porque la experiencia que tienen de la vida, simplemente no es para vivir. Esto me decía un paisano. “Bwa Chus, gé kètè lège, ká kèkereke kota lège”: Padre, ahora aquí es camino estrecho, allí mañana es camino grande.

De regreso paramos para ver la evolución de la construcción de la capilla e Paris-Congo. Están acabando el perímetro encofrando y tienen ya a punto la pira de ladrillos para durante dos días someterlos, en número de unos cuatro mil, al cocido del fuego. Toda una parábola de la vida en este día, pienso. Nuestra frágil condición se acrisola en la prueba como única técnica para perdurar. Vivir hoy en torno a la muerte, ha sido toda una experiencia. Descanse en paz el del hoyo; los vivos aquí ya quisieran ir al bollo...

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