Su piel es bronceada pero no negra. Sus facciones reflejan que no son de aquí, no refieren parecidos raciales con las etnias del país. Son muy parecidos a los guerreros Massai de Kenya, aunque hay quien les refiere su origen a Etiopia. Rostros y cuerpos tatuados en pieles finas y curtidas. En cualquier caso, son foráneos y su carácter nómada y pastoril les hace estar de aquí para allá buscando siempre pastos para sus enormes rebaños de vacas. Unas vacas que no son como las frisonas o charolesas nuestras. Aquí las vacas, Ankole-watusi o Sanga son altas, con una jorobilla al cuello y enormes en verdad y gruesos cuernos, dispuestos a modo de una gran uve que prolonga soberanamente sus sienes.
Me estoy refiriendo con todos estos detalles a la etnia de los Peuhls, un grupo humano que recorre caminos y traspasa fronteras aquí en África. Un grupo nada fácil de definir. En el camino a Molangue I el otro día, me he cruzado con un enorme en verdad rebaño trashumante de ellos. Organizados por grupos de familias, desfilan de modo ordenado junto con sus enseres y familias que portan también los bóvidos, meciendo a su paso a los pequeños que duermen sobre sus difíciles, ya de por sí, lomos. Detuve el coche a un lado y durante unos veinte minutos pude contemplar esta caravana ancestral cuya estampa nos devuelve a nuestro ser primordial. Me limité a saludar amigablemente según pasaban y me contuve por prudencia a la hora de tomar fotos, aunque algunas hubieran sido de concurso.
Estos pastores nómadas llegaron con sus ganados desde el vecino Camerún en los años 1920 y más tarde se les unieron etnias fulani de Nigeria, Chad y Sudán. Son musulmanes en su gran mayoría y en ocasiones también grupos de sospecha y complicada convivencia en especial en los momentos convulsos y violentos que ha vivido el país. Se adornan ellos más que ellas, además de con los tatuajes, con vistosos ropajes, collares y pinturas, todo aquello que les haga destacar sus ojos y boca, que en especial son expresivos por demás. Este aspecto ha hecho que les hagan descendientes de lo egipcios incluso. De este modo, telas llamativas, tocados y sombreros que para nosotros resultarían de estridente elegancia, pieles empolvadas en colores, todo sirve para destacarse como diferentes con respecto a las poblaciones que visitan y diferentes también entre sí, siendo todo ello una composición semántica del símbolo. Amarillo para el sol y la divinidad, blanco para la sabiduría, rojo para la fuerza, negro para la guerra,… Son muy conocidos los tatuajes que se hacen encías y alrededor de la boca. Dicen que lo hacen como signo de madurez, independencia y bravura.
Se organizan en castas y se rigen todos por un código tradicional (Pulaaku) que respetan y en el que están recogidos aspectos como la propiedad o el matrimonio. Son monógamos y el primer matrimonio (antes de los 21) es concertado por los padres, no así los siguientes como consecuencia de viudedad o divorcio, siendo éste último un estado muy elaborado dentro de sus normas. Son las mujeres y entre ellas especialmente las ancianas, las que se encargan de la transmisión oral de sus tradiciones, ritos, canciones y mitos ancestrales. Dentro de sus reglas están la belleza, el gusto por la sabiduría y la discreción, ésta última en exceso les ha granjeado la fama de individualistas, muy celosos de lo suyo. Por lo general el tiempo les ha ido convirtiendo no sólo en pastores de rebaños, si no también en dueños de los mismos.
Este cruce en el camino, con sentidos diferentes, me permite reflexionar sobre muchas cosas. La cantidad de gente que hace del camino su hogar y quehacer diario, la complicada de por sí convivencia de etnias y culturas, el caldo de cultivo que pueden representar ante unas propuestas menos rigoristas y con beneficios más rápidos de obtener… Me estoy refiriendo a la constante tentación para estos grupos humanos desarraigados que puede suponer engrosar las filas de quienes hacen del tráfico de los bienes naturales y la violencia, las armas de esa nueva trashumancia que recorre los caminos de este continente y cruza todo tipo de fronteras, físicas y naturales y también las morales, como a la vista ha manifestado la historia reciente de este país. Dios quiera que la paz y el respeto sigan siendo el terreno que pisemos todos y los pastos que nos nutran con la esperanza de llegar a conseguir ese horizonte de sana y diversa convivialidad.
Jesús me ha emocionado tu artículo; con tu palabra hacer vivir muy cerca, de gentes tan distantes y diferentes.
ResponderEliminarNo te canses de escribir.
Sentí algo muy profundo al conocer vuestra Semana Santa, en un artículo anterior. Me reconforta conocer la fe y las constumbres de esa buena gente.
Un abrazo desde Madrid.