¿Os acordáis de Ciprienne, aquella joven enferma que visité un domingo, lleve la unción y la comunión en Boussimba?. Este domingo volví y su padre me indicó que fue enterrada el viernes pasado. Con pena me comentó que ni él ni su señora pudieron estar en su entierro a cuenta de una intervención sufrida por ella. Fue su hijo mayor el que se ocupó de todo en su ausencia. Aquí la vida es así, un flash, un destello, un fogonazo que brilla un instante y desaparece al momento. Hemos ofrecido por ella la eucaristía de este domingo. Tanta pena parece manifestar el padre por su muerte como por no haber podido participar de la plaza mortuoria, que ya he descrito en alguna ocasión y es en sí todo un acontecimiento social. Después de la celebración me he acercado a visitar a la mamá, convaleciente aún de la cirugía sufrida y que me da miedo preguntar, porque aquí no superan el quirófano muchos por una simple hernia.
Este domingo he hecho en moto también Molangué I, mientras José Antonio se ha estrenado entre nosotros en Mbata y Molangué II. La novedad de este domingo ha estado en su incorporación pastoral. Él ya tenía ganas y yo un poco más. Seguro será una etapa bonita. José Antonio tiene la edad de Bernardo, unos pocos años mas que yo. No muchos, pero los suficientes como para notarse que es un cura avezado en el ministerio, curtido en los pueblos de su diócesis de Burgos y enriquecido por su docena de años con el IEME en Togo. Dedicó también cinco años en la Dirección General del Instituto como Administrador. Esta tarea que realiza con profesionalidad ajena a todo advenimiento de aficionado, le hizo ganar puntos para venir a M´Baiki, para ayudar al Obispo a mantener la cordura en la gestión de una iglesia que fundamentalmente vive gracias al compromiso misionero de otras muchas y diversas organizaciones.
Su carácter es agradable con cierta dosis de reciedumbre propia de los castellanos. A pesar de no conocernos antes, hemos congeniado muy bien. Creo que la clave es la común generación compartida en el seminario en un momento en el que todos éramos, y seguimos siéndolo, convencidos y apóstoles del Vaticano II, de esa Iglesia cercana y próxima a la vida de las personas, alejada de todo ritualismo y puritanismo, cristianos que se mojan y curas a los que no nos ha importado estar en el altar, subir a un andamio o escuchar y limpiar a un transeúnte. Este espíritu nos ha hecho descubrir la dimensión universal del ministerio y su entraña misionera.
A José Antonio le toca el lado menos bonito de la misión, la educación de estas gentes en una economía dependiente pero con la pretensión de no hacer de esta situación un regalo en blanco, un pozo sin fondo. Ardua tarea en la que domeña su carácter nervioso para siempre ser amable y respetuoso, y hacerlo así con cada obrero, cada sacerdote y cada situación, porque él es el alma del obispado que hace que todo funcione. Algo que dicho así parece muy sencillo, pero que en un país donde todo funciona de un modo inverso a lo que estimamos normal, es siempre una constante prueba al equilibrio y sus reacciones. Después de año y medio en solitario inmerso en estas lides, por otro lado también misioneras, comprendemos seguro sus ganas de compaginarlas con ese trato directo con la gente en los poblados y capillas, experiencia que de nuevo se le brinda ahora.
Ambos, vista la realidad que vivimos, anhelamos la incorporación de otro compañero que nos permita abrirnos a la vida de equipo y fraternidad sacerdotal. El trabajo no nos arredra ni a uno ni a otro. Ambos, creo también, participamos de un alto sentido común, antídoto frente a desvaríos y excesos.
Desde el principio él ha facilitado mucho mi entrada en estas coordenadas culturales y eclesiales. Su experiencia es un buen estímulo para hacer bien las cosas. Su presencia y apoyo en la parroquia a modo de fin de semana será también de innegable valor y ayuda, en tanto que compartida. Él podrá respirar hondo en medio de naturaleza y humanidad. Disfrutará con su moto de los viajes y traslados. Todo le permitirá alejarse un poco de las preocupaciones de horarios de encendidos y apagados, así como del síndrome de ser un poco cajero automático. Todos nos enriqueceremos de su ministerio.
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