lunes, 26 de febrero de 2024

RUSO ENTRE BODA Y BOGANANGONE

Acabo de legar de Boganangone y de Boda, al extremo oeste de la diócesis, hacia Camerún, y al bajar del todoterreno me pregunto: ¿De qué me quejo?. Las carreteras que he pisado han sido todavía peor que las que acostumbro. Kilómetros donde la arena ralentiza la marcha, ya de por sí lenta, del vehículo. Kilómetros en los que pones a prueba tu destreza y sentido común, porque nunca nadie te ha enseñado ni has asistido a cursos de conducción en estas condiciones. Kilómetros de carreteras en tierra, abiertas como si de gruesas, difíciles y feas  cicatrices de quirófano de campaña se tratasen. Numerosos puentes, por llamarlos así, te levan de un lado a otro de los diferentes arroyos. Unos los piensas parado y pasas enseguida con la confianza de que han aguantado el peso de los camiones que cargados hasta lo imposible, te has cruzado por el camino. Otros, si te lo permite el lugar, dejas a un lado para refrescar los neumáticos al cruzarlo directamente. A menudo has de solicitar te retiren ropas, calzados o alguna incompleta bicicleta, propiedades de los niños que “a piluetro” toman sus baños. Ochenta kilómetros en los que inviertes cuatro horas de gimnasias inesperadas.

Boda me ha sorprendido. Es una población que aquí llaman ciudad, populosa. La entrada se hace por medio de un mercado triunfal de tiendas y puestos de todo. Los letreros más abundantes hacen referencia a diamantes y oro. Estamos en zona minera. El éxito de la actividad se percibe en el bullicio y movimiento de las gentes. Abunda la población musulmana y señal de ello son las dos mezquitas que me he encontrado. Ya por el camino algunos kodoros ya contaban con tímidas, pero azules y blancas, vistosas construcciones de media luna abierta al cielo.

La misión, de inconfundible origen espiritano, está dedicada a San Miguel. Más noble el exterior que el interior de la Iglesia. A su lado construcción de la misión del edificio de los padres que, separado pero de idéntica factura, está al lado de las hermanas. Me acompañan tres scouts a los que se unen aquí dos más. Comemos lo que había preparado quien suscribe a las 4 de la mañana, antes de salir. Un huevo cocido por persona, una omelette y unas Frankfurt de pollo. Hacemos el milagro y de lo que era para tres, comemos ahora seis. El postre lo imaginamos y nos agrada a todos. Los padres combonianos que nos acogen en esta parada, me ofrecen un café, invitación que por supuesto acepto. Reemprendemos camino para Boganangone. Dos horas de carretera que excepto los últimos 25 kilómetros, la ruta es más de lo mismo. 

En el camino me alertan del comportamiento extraño de una moto que, en sentido contrario, viene por el medio de la estrecha ruta. Mi trayectoria invariable, y ya a una distancia que permite su identificación, todos gritan al unísono: “Los rusos, Padre, échate a un lado!”, cosa que no hice, pero sí detuve el vehículo en mi lado. El motorista, provocando seguía con su trayectoria que sólo varió mediante requiebro brusco, a unos pocos metros del paragolpes del Todoterreno. A ese de comportamiento provocador, le seguía otro que con gestos me indica viene un comboy. Una pick-up como la nuestra pero kaki, cargada de soldados. Anécdota del camino que los scouts se apuntan como victoria hacia tanta altanería. Les animo a vivir estos encuentros con normalidad y sin vanas euforias. Llegamos a Boganangone y un grupo de scouts con silbatos y tambores forman el comité de bienvenida, que ruidosa y rítmicamente indican a toda la población que reciben una gran visita. Saludamos a la población y llegamos a la misión, regentada por Lazaristas, que nosotros llamamos Paúles. El trato exquisito, fraterno y confiado. La comunidad está formada por un colombiano, un ruandés y un congoleño. Yo ceno con ellos y los chicos con el grupo que ya, acampado, esperan la formación de mañana. Duermo donde las hermanas. 

El día siguiente viene marcado por la sesión acostumbrada de mañana de trabajo, juegos y formación desde las 8. A las 12, y tras la comida, regresamos para Boda, donde pasamos la noche e la misión para hacer al día siguiente lo mismo con los scouts de allí. He de destacar que cada vez me sorprendo más y mejor de las cualidades y habilidades de nuestros exploradores por allí donde vamos. El último juego de hoy, el del tacto pedestre ha sido increíblemente superado, a pesar de ser el más difícil de los que hemos elaborado, pues contaba con escalera y rampa inclinada de veras. En esta ocasión, sin comer, hemos emprendido viaje de regreso, que tras el tiempo requerido, nos ha llevado sin problemas hasta nuestro destino.

Este esfuerzo de conocimiento de lugares y grupos, está suponiendo un revulsivo positivo que seguro revertirá en algo muy bueno. Despertar en ellos de nuevo ese brillo en los ojos, esa sonrisa en el rostro y esa siempre dispuesta participación a hacer del juego una lección para la vida, será la mejor germinación educativa de su ser scouts. 

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