lunes, 5 de febrero de 2024

LA CARTA

Aquí estamos los dos, sentados en un banquito del oratorio de casa que apenas hace unos días hemos terminado de pintar. Una recreación de una obra del, precipitado al abismo por el mal, Rupnik. Una obra preciosa en uno de los muros de la iglesia de San Ignacio en Manresa. Hemos hecho una reinterpretación de algún detalle, al margen de la gran diferencia del resultado final entre el original y el nuestro, pero porque es nuestro, nos ayuda a poner ante nosotros en la oración una imagen del misterio de la fe.

Cristo crucificado, vestido de sacerdote, recogiendo la antigua alianza y estableciendo la nueva y definitiva, nos muestra su gran herida del costado, herida de redención. Habiendo cumplido todo en su vida, se ofrece en mirada al Padre. María a su lado nos señala la llaga como objeto de fe y salvación. María serena y en pie, como la Iglesia, junto a Jesús es el único personaje que nos mira. San Juan mira a Cristo, a la par que le señala. Él como modelo de creyente y discípulo, le contempla e indica y sostiene en sus brazos el Evangelio, como estímulo apostólico. Al fondo una gran puerta, la puerta dorada de Jerusalén que nos recuerda la condición de Jesús como el Mesías, el enviado, que a su vez nos envía. 

Toda esta escena está construida sobre la negritud de una roca abierta, el Gólgota, que hace referencia a los relatos de la Escritura, tinieblas, cortina del templo rasgada, piedras rajadas, tumbas que se abren…. (Zac 14,1-21; Ez,37; Dan 12; Mt 27,50-51). El río de sangre resultante de esta herida en la tierra, alcanza al propio sagrario, como lugar de la presencia y actualidad  de este Jesús sacramento, en la Eucaristía que alberga. Este ambiente de vida profunda, vida resucitada, aparece flanqueado por dos personajes arrodillados. El gran evangelizador de África, Daniel Comboni y el primer santo africano, Carlos Luanga, (en el original son dos legionarios romanos).

Esta escena, recién estrenada por nosotros, es testigo de una entrega difícil. Una carta ayer confiada a mi persona y que ha estado hoy en las celebraciones dentro del misal que he utilizado en este domingo en Bobua y en Bouchia. Una carta que comunica a Dieubení, hasta ahora vicario parroquial, su condición como suspendido a divinis. 

El desencadenante inesperado ha sido el hecho de que una joven se ha presentado en casa del Obispo el martes pasado para denunciar que tiene un niño de poco más de un año con él. Admitido por su parte, el procedimiento ha sido simplemente cumplir el protocolo establecido para ello. Ante lo inevitable, él ya me lo indicó el jueves sin saber que el Obispo ya me lo había comunicado el mismo martes por la noche, supone el principio del fin del ejercicio de su ministerio.

Es una situación muy difícil para mí. Un proyecto de vida sacerdotal y pastoral compartidas, que apenas iniciado, lleno de ilusión también por su parte, tiene que replantearse. Una vida de equipo que en estos primeros compases ya había mostrado el diferente proceder de lo que en estas latitudes acostumbran, donde el párroco es la autoridad que verticalmente ordena al vicario quien sólo se contenta con obedecer. 

Yo, amparado de momento en la seguridad de sus conocimientos sobre el terreno parroquial y en la lengua, ahora me veo en primera línea, en verdad mostrenca, de la realidad que me circunda, sin colchón alguno de seguridad.

El caso es que le he explicado todo con cariño y despacito, pero con mucha pena. El alcance del hecho y el calendario inminente de su cese. Aún está en una nube en la que los acontecimientos hacen cola para ser primero vividos antes que interpretados.  La próxima semana cesará y la siguiente explicará su abandono a la comunidad, para después él, iniciar una incierta vida. Por mi parte yo, comenzar con José Antonio un proyecto algo diferente de lo inicialmente planteado.

Ahora lo que toca es estar cerca de él y poner humanidad a una, por otro lado muy entrañable carta escrita para él por el Obispo. Pero este estilo no resta nada a la crudeza de su contenido, ni merma las consecuencias que de este hecho se derivan. 

De este modo, y mirando ambos la imagen antes descrita, somos conscientes que cuando el hombre cierra una puerta, la muerte de un inocente, Dios abre dos, el perdón y la vida evangélica. Un reto para todos. La diócesis que se queda sin un sacerdote en su ya exigua lista de seis nativos. Él que debe afrontar un horizonte muy diferente. La parroquia que pierde un pastor entregado. Yo que ante esta pérdida me veo abocado a poner todos mis sentidos y cualidades a lograr esa integración que de otro modo hubiera sido más estacionada…


Con esta pérdida, perdemos todos y nos alerta a poner cada día nuestras miserias, silencios, miedos y torpezas en Quien sabemos nos ama y nos sostiene. Que el Señor le acompañe y sea siempre en nuestra entrega, alegría y fortaleza.

2 comentarios:

  1. Siento mucho la situación planteada por el cese de vuestro compañero. Que Dios os ayude en la nueva coyuntura y que los parroquianos no se sientan dfraudados. Ánimo.

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  2. El no nos abandona. Que su amor y misericordia os acompañen a ambos.

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