Es el rey, como en casi todo el mundo. Me refiero al sol. En un país donde no existe podríamos decir, apenas hay una presa hidráulica, la producción de energía eléctrica, el sol es el primer aliado para la producción de electricidad. En numerosos poblados contrasta sobre el pajizo ramaje de techumbres una pequeña placa solar, colocada llenándose de la vida que viene rayonada del calor del lucero diurno. Esa plaquita alimentará un pequeña antorcha led que permitirá en la noche de ese hogar andar a menos tientas que inmersos en la oscuridad total, porque en este rincón la contaminación lumínica también es inexistente. La noche es tupido pliegue cerrado a cualquier lúcida evanescencia.
El sol será también el protagonista de la próxima temporada que estamos a punto y deseosos de inaugurar: la estación seca. Apenas tres meses, de diciembre a marzo, que el generoso y húmedo cielo compensa con su tregua, respetando así un tiempo en el que caminos, campos, selva y praderas, puedan hacer buena digestión del agua caída abundantemente durante nueve meses. Los caminos ya rebosan de agua, no admitiendo más y casi suplicando se adelante aunque sólo sean dos semanas, este período
Cada mañana, el rojizo amanecer se despierta sobre las 4:45. A medida que la luz lo va invadiendo todo, el horizonte se cubre de anaranjado manto, que potencia la vistosidad del disco solar. A las 6:00 la luz ha tomado posesión de todo este escenario de la naturaleza y de la humanidad en su seno, llenando de matices la jornada. Un día que pondrá su fin al declinar de este viaje a eso también de las 18:00, sumiendo la penumbra en sombra y ésta en negra oscuridad. El sol al esconderse, deja paso al milagro que se obra con su ausencia. Un cielo bellamente plagado de estrellas va tomando intensidad haciendo posible, dada la situación, de poder contemplar la cúpula nocturna del hemisferio norte a la par que la del sur. Y este espectáculo visual viene acompañado de una innumerable obra musical formada por los más diversos sonidos de los insectos y animales nocturnos. Diría que apenas puedes identificar algo que no sea el incesante zumbido de las chicharras que por todas partes llenan el espacio de esa melodía cansina y constante que hacen de cada noche, una noche africanas.
Nadie sale. Nadie camina. De hacerlo siempre con una luz, para disipar a los espíritus de cualquier pretensión perversa. Noche en la que la vida familiar se hace reducto, donde la intimidad no existe y permite, sin rubor alguno, que la vida pueda de nuevo hacerse presente en un miembro más.
Esta es la auténtica liturgia de las horas en este punto del planeta ese culto agradecido al sol y esa reverencia vital a la luna. Ambos son testigos de una existencia que se escapa, como la arena por entre los dedos, de un modo permanente y cuyo consuetudinario imperio, ordena la vida de estas gentes y marca el ritmo del vivir y del morir, de la luz y las tinieblas, del agua y del calor, como si de una clepsidra planetaria se tratara.
Como un abrir y cerrar de ojos, se realiza cada día la sorpresa del vivir, inmersos en la abundancia de una vegetación salvaje y de unas vidas humanas que desafían toda dificultad para abrirse paso en la historia, en el hoy de cada quien, sin poder garantizar que mañana pueda ser del mismo modo, porque cada jornada está llena del peso de no pocas incertidumbres. En medio de esta increíble escena, el hacha contemporáneo amenaza con su tala lo que se ha tejido durante tanto tiempo y de un modo tan paciente. De igual modo, las manos erosionadas por arañar el coltán de la tierra o el diamante sacudido en las sucias aguas y descubierto a golpe de batea o el oro encontrado tras remover toneladas de tierra de modo primitivo, son todo ello acciones urdidas en la oscuridad para lamentablemente hacerse realidad a plena luz del día. El sol será testigo mudo e impasible de la libertad del ser humano, un ser humano que se debate a cada hora y a cada instante, por contentarse que mañana, resulte al menos como hoy. De todos modos, de serlo sonarán los tambores de fiesta y de no resultar así, sonarán de igual modo los tambores Quizá expresen como nada el latido del mismo sol.
Precioso canto al astro sol y a la vida que se autorregenera cada noche, para volver a dar nueva existencia. Gracias Jesús.
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