Apenas siete kilómetros la separan de M’bata. Mokinda es una pequeña población que dese hace cuarenta años hay comunidad católica. Hace treinta que su pequeña capilla dedicada a San José recibe a los que llegan a la población, como la primera casa anfitriona. Apenas una salita destartalada, cubierta con una techumbre, al interior de techo de madera rasa, como único artificio y belleza. Una sencilla cruz de madera en la pared frontal y una desvaída lámina de san José.
Estuve ayer también para conocerles y darles la última sesión de su preparación. Son seis chicos y dos chicas. Reciben el Bautismo y la eucaristía. La carretera nos difiere del resto de las ya acostumbradas, si acaso está destaca por tener una zona de hoyos más profundos los que hasta ahora me he topado. El trayecto dura 25 minutos y hoy al llegar, el poblado estaba en fiesta. Fácilmente se les distinguía a los neófitos, porque vestían todo sellos, trajes realizados para la ocasión en color blanco. Las familias, los padres y madres esperaban para saludarme con afecto. Cargado con unos cuantos músicos y todos sus instrumentos hemos llegado y mientras yo preparaba las cosas del altar, ellos ultimaban sus canciones.
Unos palos hincados en el espacio que dista de la puerta de la capilla a la carretera, cubiertos con una vieja y sucia lona agujereada sobre la que descansaba alguna vegetación, cortada, al efecto, hacía de estructura para cobijar a la coral y al resto de los fieles que acudidos en mayoría, no cabrían de otro modo dentro del diminuto templo.
La celebración se ha desarrollado con tono festivo al uso de, aquí celebran todo. Cantan bailan gritan digamos que es toda una expresión corporal, la que manifiesta su sentido más profundo su espíritu. Los chicos han estado muy atentos, participando y respondiendo acertadamente. En aquello que el ritual señala deben expresar de forma responsable y pública.
En la homilía, les he animado, a disfrutar de la condición de hijos de Dios y de hermanos, entre todos. De igual modo, al hilo del evangelio de esta solemnidad de Cristo Rey, les he advertido que el lugar privilegiado dónde se encuentra Dios, es siempre el otro, el prójimo. Sin lugar a dudas ha sido un bonito domingo cargado de ese deseo de entender en qué consiste el reino de Dios y como vivirlo y hacerlo posible.
El ofertorio ha marcado el tono y del ser de esta comunidad. Racimos de bananas y plátanos. Todo ello evidencia la pobreza y sencillez de quienes la forman. La generosidad, de igual modo, es patente en la abundancia de estas ofrendas. La acción de gracias final es una eclosión de alegría, que estalla aún si cabe más cuando perciben que el sacerdote, se une a sus sentimientos y lo expresa con un tímido ritmo corporal suficiente para que valoren el gesto. En el suelo de esa pequeña campa una pequeña con su diminuto hermanito en brazos, me recuerdan la estampa permanente de este país. Del otro lado, otra pequeña, ayuda a su mamá limpiando raíces de mandioca, haciendo tan noble gesto de un modo del todo peligroso, tomando en su mano el filo del machete de su papá. Un joven de 35 años con una pierna amputada, se acerca hasta mí para saludarme y presentarse. Este es el panorama común de tantos poblados en los que se repiten estas escenas, extrañas, peligrosas incluso para nosotros, pero que aquí están al cuidado de la inocencia.
El regreso, además de músicos e instrumentos rebosa de los productos ofrecidos , pero sobre todo de la satisfacción de quien se ha sentido acogido como bendito quien se ha acercado hasta ellos en nombre del Señor. Un detalle final que me emociona. El óleo de catecúmenos y el santo crisma que he utilizado, son los consagrados en Zamora en la última jornada crismal diocesana. Un signo más de la universalidad y comunión en la Iglesia.
Emocionante, Jesús. Gracias por tus comunicados, que espero y luego leo con gran cariño. Un abrazo.
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