Mt 22,9 DOMUND 2024
Jo! Qué ilusión cuando alguien nos invita a algo. Nos sentimos contentos cuando alguien nos tiene en cuenta, nos valora y nos acerca a su vida. ¡Sobre todo cuando es inesperada esa invitación, cuando ni por asomo pensábamos ser destinatarios de ese generoso regalo de hacernos partícipes, pues por ejemplo, de una celebración familiar.
Esta es la historia, la parábola de Jesús, con la que Él nos explica cómo es el Reino de los cielos. Éste es una fiesta de amor, sólo comparable, un poco por aproximación, con una boda y no cualquier boda, si no una boda real. Y resultó que……. ya lo conocemos. Los primeros invitados resultaron desagradecidos, ingratos y declinaron el detalle o se afanaron en otra cosa. El rey les invitó a la fiesta, al ocio, y ellos se dedicaron, un día más, como otro cualquiera, al negocio. Y por eso el Rey envió a buscar a aquellos que nunca pensaron ser objeto de dicha mención. Y así, saliendo a los caminos, el banquete se llenó de transeúntes, sin papeles, peregrinos, africanos, refugiados, asiáticos, emigrantes, sudamericanos, olvidados.. todos a los que les pilló la invitación, precisamente no en su casa, si no en camino. Los había malos y buenos. Esta invitación universal no es sinónimo de “todo vale”, conocemos también el final que me ahorro en esta ocasión.
La sorpresa del Rey ante la indiferencia de los primeros invitados. Fue mayúscula. Su persistencia le llevó a no claudicar en su empeño de fiesta y ello le hizo ser una vez más creativo, tanto que, se convirtió en asombro y acogida por parte de quienes nunca soñaron con ser invitados a nada, y ¡menos por el rey!.
Así es un poco, hoy también nuestro mundo. Europeos, bautizados, herederos, ¡vaya, los de siempre! que como tratamos tanto con el rey, nos hemos acostumbrado demasiado a Él, al punto de pasar también de Él y de su fiesta. Un mundo en el que los pobres y sencillos se descubren de nuevo como los predilectos para disfrutar de ese ocio y velada en torno a, nada más y menos, que una mesa, un banquete. No se trata de un club selecto o un lobby, si no de una familia en la que “todos” se descubren como invitados.
Una sugerente parábola con una gran cantidad de posibilidades. Hay que leerla y comprenderla en plural, en clave de fiesta, sin exclusiones, en la que unos invitan a otros. Así es la misión en el seno de la comunidad cristiana. Todos somos urgidos y enviados a salir e invitar. Convidar a muchos al banquete, la mesa compartida que, como si de un espejo se tratase, nos muestra con claridad Quién y Cómo es el Rey y quienes los convocados y reunidos. Hemos de salir de la apatía, del interés y dejarnos llenar el plato con la alegría y la gratuidad. Los misioneros somos esos enviados que invitamos por los caminos del amplio mundo a todos los que nunca pensaron estar un día sentados a la mesa del Rey.
El Domund es siempre esa bendición e invitación a ese banquete, esa gran mesa` fiesta de amor que se llena de nuevo de invitados. Este año el lema cobra vida propia porque quien escribe ha invitado a este banquete a Pepe, amigo y hermano del alma, que ha aceptado la invitación y se ha sentado a esta mesa para compartir quien es y sabe hacer para mejorar las condiciones de vida de estas gentes.
Precioso comentario. Alegres por ser invitados a participar del banquete.
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