¿Qué es un Ave Maria? Para muchos en su memoria sonora permanece, seguro, la somnolienta sordina de los rosarios rezados en retahíla en muchas de nuestras iglesias al punto que parecían no tener nunca fin y que llenaban el espacio con una cansina atmósfera de atomatismos oracionales. A modo de un mantra que se abre paso entre bostezos y miradas atentas a los que pasa en derredor…. Recuerdo que, con buen sentido pedagógico, nuestros mayores estimaban suficiente para nosotros como niños, el que rezáramos “tres partes”, pero eso sí, bien rezadas. Seguro la finalidad era que sirviera como buena iniciación a esta secular oración mariana.
El pasado día 7 fui testigo de otra forma de hacer las mismas cosas. En el internado parroquial de santa Mónica, las casi 160 niñas internas de todas las edades, se concitaron en torno a una gruta pétrea pintada de azul y blanco que cobijaba una imagen de la Virgen adornada con una frágil velita y una tímida y solitaria flor. La imagen, vestida su escayola torpemente con los mismos colores inmaculado y cielo, era el centro de todas las miradas. Esta escenografía, para muchos quizá un tanto kitsch, abrigaba la oración de siempre pero rezada hoy por espíritus jóvenes. El silencio y la devoción reflejaban un mismo sentir, especial hoy, en este día mariano de inicios del mes de octubre.
María, muy querida también por estas latitudes, es rodeada del cariño de sus vidas que la reconocen con lo más grande que también tienen y valoran: su maternidad. Rezadas espontáneamente por ellas, cada Ave María era sentida, acariciada por todos y cada uno de los que participábamos, como algo distinto y nuevo a la vez, algo vivamente existencial. Niñas, adolescentes y jóvenes con experiencias y anhelos diferentes unían cada una de ellas, como si de las cuentas de un gran rosario se tratara, de tal modo que la monotonía aparente del conjunto, quedaba superada por la irrupción de una voz, un tono y una musicalidad que diferían de lo acostumbrado y conocido. Me hicieron disfrutar todas y cada una de las oraciones porque percibía en ellas algo singular y sincero, sencillo ejercicio de comunión y diversidad en torno a la Madre.
Alejados de ristras de oraciones repetidas incesantemente y distantes de plegarias vacías, estas chicas todas ellas presentaban sus vidas, pasados, presentes y futuros a quien mejor creen lo pueden hacer con la esperanza de constatar también que Dios está al tanto de ellas.
Acostumbradas a sus normas, me prepararon una silla distanciada a modo de presidencia, silla que tomé y recoloque a un lado, tomando asiento entre ellas como uno más y tomando entre mis manos un rosario muy querido por mí, traído de Wadowice, bendecido allí y que me acompañó en la JMJ de Cracovia. Después sería utilizado mucho por mi madre.
Así con estos signos y estos hechos, pasó el día del rosario y así lo viví, con muchos ecos personales de la que fuera mi última etapa antes de la misión, vivida en Toro. Allí hoy aquella comunidad dominicana ensancha velas al unirse valientemente a ellas la comunidad de Mayorga como un signo eficaz de este tiempo de calma chicha en nuestra Iglesia. Allí me llevaba el recuerdo de aquella imagen hermosa y preciosamente vestida de la virgen del Rosario de Simón Gavilán y Tomé en la parroquia de la Trinidad. Una imagen cuyo niño travieso es, sin duda, el niño Jesús mas bonito que conozco por su naturalidad y expresión real de creíble infante, alejado de toda impronta que vaticine su adultez, a la que nos tienen por lo común acostumbrados estas estampas. Un niño que en alegría y recién estrenada vitalidad quizá encarnaba entonces lo que hoy se ha vivido en Toro y lo que yo he vivido entre estas jóvenes del internado.
Precioso testimonio llegado de las lejanas tierrras, para nosotros, de la RCA y que nos une a todos en María. Gracias, muchas gracias Jesús.
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