Casi cuando salga a la luz esta entrada, Cristina estará surcando el cielo de vuelta a casa, para retomar de nuevo su trabajo allí y así hacer posible su futuro, cuando le llegue el tiempo de la jubilación. Son decisiones difíciles con las que no hay juego posible y donde la sensatez acaba siempre imponiéndose. No es una lucha contra nadie, es simplemente el sentido común. Los misioneros no seglares, no tenemos ese problema laboral. Cristina es una más de las que han de conjugar su futuro de garantías sociales, con el futuro incierto de aquellos que ha hecho suyos y que nada tienen. Pero Cristina no es de este mundo, no le pertenece, como tampoco lo somos los demás, simplemente nos hacen de él, lo hacemos nuestro, pero saben y sabemos que no somos de aquí. Y en este saber y ser, Cristina ha dado lo mejor de sí.
Cuando el otro día visitamos juntos el centro de rehabilitación de personas con discapacidades físicas, su trato afable, cercano hace que entiendan cada palabra y consejo que a pesar de saberse limitada con la lengua, ella se hace entender con sus gestos y mirada. Todo ello para lograr su mejoría y lograrla prontamente. Su sonrisa es la mejor dosis para lograr la cura. Los peques la esperan impacientes y no quitan ojo de sus gestos porque de alguno de ellos brotará un chuche o una chocolatina, como así resultó ser también de nuevo esta vez.
Transmite lo que vive y lo hace de un modo sereno y nada trascendental, un modo cotidiano y normal de hacer bien las cosas y sentirse recompensado ya sólo con ello. Cristina, como Fernando, Everaldo o Gladimiro, son esos misioneros combonianos con los pies en la tierra que enseguida empatizan con quien necesita, y el que escribe ha recibido y recibe aún de ellos, los que quedan, lo que también necesito, que casi siempre es un pequeño gesto con un café bien hecho, un diálogo sincero y sereno, muy de a pie de obra y nada sublime, y tantos consejos que participan espontánea y generosamente dada su dilatada experiencia en la misión.
Cristina se va, pero queda aquí un poco y además para siempre. Se lleva en el corazón mucha pobre tierra con sus ricas gentes. Por mi parte cada vez que mire a esa imagen de la Virgen de Fátima en Maison Comboni, me llevará ti y me acordaré de tu cariñosa cercanía para este “misionero de la alegría” que decías y de cómo nuestras conversaciones cambiaban de registro sin notarlo, del francés al portugués, del portugués al español, y de cómo este simpático Babel nunca fue impedimento para comprendernos bien. Seguro que cada noche cuando dirija su mirada hacia el ancho cielo portugués, identificará esas estrellas de alma que a pesar de pertenecer a esta parte del ecuador, ella verá con toda nitidez. No llorará, porque la naturaleza la ha hecho fuerte –al menos por fuera-, pero si sonreirá, que es su manera agradable de sentirse cerca de los que siempre serán suyos, entre los que seguro me cuenta a pesar de haber llegado casi al final. Me da pena, pero entiendo que la vida exige pasos así. Obrigado irmâ, eu sempre lembrarei de você. Deus o abençoe!.
¡ Cuántas Cristinas necesita este mundo !
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