Se ha cumplido ya un año de mi presencia aquí. Era un sábado 10 de Junio cuando embarqué en Madrid. Fue domingo 11 de Junio, domingo de Corpus cuando llegué. Nunca olvidaré el día, el más sentido y vivido por mi madre en el que nunca faltó el arroz con leche como expresión de ese día de gala, procesión, compromiso y adoración. Siempre iba delante en todo. En esta ocasión estuvo muy presente puesto que celebré el Corpus más íntimo que se puede celebrar. En torno al altar de Maison Comboni, ya en Bangui, mi obispo en Mbaiki y yo. Día de agradecimientos y deseos. Los primeros siguen vivos y los segundos también, en medio de realizaciones y tareas aún por realizar. Un aniversario marcado por un establecimiento en parroquia, vida en poblados, bautismos, el reto de la atención pastoral (integral) a los pigmeos y la lengua sango. Todo un mosaico de realidades que hacen de la misión un quehacer constante y exigente.
En este tiempo me he dado cuenta de la cantidad de personas que están conmigo, en este empeño de evangelización que no es nuestro, puesto que aunque durmamos, como escuchábamos ayer, Él hace crecer sin que sepamos muy bien cómo. Es muy importante sentirse arropado, acompañado, saberse querido. Ayer unos minutos de video conferencia con la pequeña de la familia, Vera, te recoloca todo aquello que en el caminar se ha ido tornando. Lo mismo ocurre cada vez que lo haces con los amigos. Así Antonia, Montse, Gus, Charo, Tomás, Naoko, las Dominicas, Itsao, Marijose, Paco, Mariali, Teyko, Javi, José, Bernardo, Trini, Tere, Pepe, Sagrario,
En todo caso ha sido un año lleno de gracia y novedad, de reto y anhelo, de palabra y compromiso. Gracia y novedad porque todos somos misioneros pero no sabemos cómo, nadie nos ha enseñado en serio a serlo. Aquí se te impone la realidad aderezada de gran necesidad. De reto y anhelo porque has de tener claro el horizonte, el motivo fontal y hacerlo valer a pesar de los reveses y contrariedades. A pesar de los resultados y realizaciones, has de aprender a levantarte de nuevo y persistir en la meta. De palabra y de obra porque las palabras solas no valen. Hacen su tarea pero son siempre insuficientes si no va acompañadas de la exigencia y el gesto concreto. Las palabras cambian los corazones y el compromiso trasforma la realidad. En una coherente relación ambas se alían en la área del misionero. Y todo ello jalonado por dos actitudes. La interna es la oración, la vida espiritual, que te permite reconocer tus limitaciones y la ayuda que te sostiene. La externa es la paciencia, con una impronta de humildad. Esto es en resumen lo que esta experiencia este año me ha aportado. Quizá el corolario de todo sea la comunión expresada en muchos signos, también en el de la comunicación.
Hace poco más de un año aterricé pero me doy cuenta que esa pista te llama a despegar, levantar vuelo cada día hacia lo alto surcando la magnitud de la vida humana que circula por esta tierra, tierra a la que hay que amar primero, para después comprenderla, también en sus limitaciones y carencias. Un año que no termia, si no que da comienzo al siguiente con la esperanza de mejorar y poder ser testigo como en el evangelio, sin saber muy bien cómo, de ver crecer la misión.
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