sábado, 2 de septiembre de 2023

TARTARIA

 Ha habido un pequeño problema con un perro, dicen que rabioso, el caso es que creo que la nube de niños entre el bullicio, las carreras y el barullo le animan a ponerse aún más nervioso de lo que está. Me he decidido a llevarlos a la campa y he realizado unos juegos, al mejor estilo scout, para disuadirlos de lo que hasta ahora ha sido su centro de interés: el enervado can. Hemos estado jugando un rato, yo aprendiendo expresiones y palabras de su divertida jerga y la verdad que han disfrutado de lo lindo. Al final aún por disolver del todo la muchachada, un hombre se me ha acercado y presentado. Es el director de la escuela primaria de SCAD. 

Sentados en una sombra, le he ido preguntando los pormenores de la educación en este país y las singularidades de la escuela de su poblado. Al concluir el dilatado y animado diálogo, saca de una mochila que portaba en su moto, dos tortugas maridadas por un alambre que las une mediante un ojal perforado en los laterales de ambos caparazones. Nada más ponerlas en el suelo, han sacado sus cabecitas y patas y comenzado a moverse que al estar yugadas por semejante y primario invento, les ha resultado imposible, optando ambas por encerrarse en su caparazón y esperar.

He debido de poner cara rara. La verdad nunca me han hecho un regalo así. ¿Y… qué hago con ellas? Os podéis imaginar la respuesta del agradecido donante natural de un país que debido al hambre, come todo aquello que se mueve. Una vez despedido el encuentro, dejo el pack en la cocina, porque es lugar fresco, a la espera de la llegada de los párrocos, porque sigo sólo y ya va más de una semana. Uno llegará esta tarde. En la mesa con las hermanas, he comentado el regalo y me han explicado que no es cualquier regalo, es el mayor obsequio que alguien puede dar. Símbolo de sabiduría y respeto, destreza y poder. Un pequeño universo semiótico de la vida, el mundo, el cosmos… y del ser humano en su dimensión introspectiva, reflexiva y espiritual. Yo, la verdad, escuchándolas, me admiro aún más y me incomoda sólo pensar que tantas realidades formen parte, un día quizás, de la carta del menú de casa.  No participaré y por todos medios intentaré evitar. 

Para mí la “quelona” es primeramente un animal ancestral, pertenece al subterráneo trago de la historia. Entre nosotros protegido. No creo sea  sujeto de derecho alguno, pero sí de valor y ese valor lo tiene viviendo. Bastante tiene ya con cargar con el castigo (de ser lenta y permanecer siempre encerrada en su casa) impuesto por Hermes, al no querer acudir a aquella boda contra natura del Olimpo. Tanta mitología en el plato me asusta.  Y me aterra la posible deriva del asunto a estos términos, en los días precisamente del viaje del papa Francisco a parte de las tierras de la antigua Tartaria. 

Hasta la fecha, quizá sea la experiencia que más me ha descolocado, por serme del todo inesperada y resultarme, también del todo, sorprendente. Me quedo con el encomiable gesto de gratitud que profesa así esta cultura. Comprenderéis (imagino) desde la nuestra lo que en estas líneas he descrito y expresado. Este hecho, despierta en el corazón del misionero, un respeto grande por la cultura en la que vive inmerso, al mismo tiempo que fiel a la propia, ofrece nuevas claves de sentido hacia  aquello que está llamado a evolucionar y comprenderse de otro modo. En temas de inculturación, lo concreto y lo práctico es siempre lo más difícil.

2 comentarios:

  1. Sorprende regalo y admirable la historia de la tortuga en la cultura que ahora estás inmerso. Un abrazo.

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    1. Debí de poner unna cara que lo decía casi todo.... Por ahí están en el bosquecillo de la finca de la misión. espero duren......

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