jueves, 29 de junio de 2023

LA RUTA DE LA RELATIVIDAD

 117 Kilómetros separan la capital del país, Bangui, de M´Baïki. El martes tardamos tres horas para ir allí. El secreto estuvo en que estaba poco transitada y seca. Ayer al regreso, con las condiciones invertidas, populosa y empapada, tardamos cinco horas. La carretera es, como en toda África, lugar de encuentro y de vida. Ella en si misma es una paradoja, una superficie apenas visible de alquitrán, quizá de hace cincuenta años, dañada por todos lados. Los laterales cual serruchos que se confunden con la tierra que la invade. Al centro, baches para todos los gustos. Cada poco unas barandillas marcadas por el óxido recuerdan que se pasa por ríos que desembocan en el Lobaye. También como en toda África, la protagonista, la reina es la moto. Motos cargadas con sacos, bidones, hasta un cochino zunchado y por supuesto aún resta espacio para que viajen 4 personas. Lo mismo ocurre con los camiones. Viejos, destartalados, ruidosos y con una generosa estela de humo, van cargados increíblemente de mercancías y personas, al punto de desafiar las leyes físicas de capacidad y equilibrio.  Con estos sí que hay diferencia. Los camiones al servicio de las madereras suelen ser más modernos y sólo transportan largos tablones apilados de madera y siempre cubiertos con lonas. Son los reyes, y por eso hay que apartarse, siendo este gesto de prioridad lo que mejor expresa la pleitesía a este capital que se escapa de modo nada claro. El claxon es lo que más se utiliza, puesto que a este ambiente de caótico tráfico, hay que añadir los márgenes repletos de viandantes que deambulan de una población a otra.

Una ruta que cada poco está controlada por unas barreras. Al frente de las mismas unos jóvenes vestidos de modo informal unas veces, otras con uniformes militares y armados, establecen los criterios en cada caso para pagar, o no, por su tránsito. Así es esta realidad que sueña con convertirse un día en la espléndida ruta panafricana, de la que de momento sólo la vestigian unas marcas en forma de aspa en aquello que circunda, también sin criterio alguno, la carretera. Como si del libro del Éxodo se tratara en vísperas de la noche pascual, aparecen marcados, árboles, chozas, escuelas, iglesias y casas... de más allá y de al lado mismo de la carretera. 

De igual manera, la misma ruta habla por sí misma de historias que nunca acabaron al circular por su seno. Camiones volcados y abandonados, cargas cubiertas con lona para protegerlas en espera de su recogida... historias inconclusas de un transitar pretérito. El ingenio también se hace presente en su recorrido. Tenderetes de todo, mandioca, cacahuetes, gasolina por botellas, maíz y también hay hasta quien se procura algo de moneda, normalmente niños, en la reparación voluntaria de los baches, rellenándolos con tierra y dejando al buen sentimiento de los viandantes colaborar con tan arriesgada y efímera solución. La carretera es un constante bullir, que no hace que el tiempo africano sea más rápido (es imposible), si no simplemente diferente al que acostumbramos a ver en las aldeas. La ruta es expresión de la miseria que invade un país y que simplemente deambula para no hacer nada de nuevo y parecer quizá con esta acción, que algo, al menos diferente, ocurre  en la vida de estas personas. 


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