Cuando uno cree haberlo visto todo, de repente te cruzas con una moto que no sería de destacar el hecho de que vaya ocupada por cinco personas, habitual aquí, si no por tener elaborado un techo con tres paraguas bajo los cuales se cobijan los pasajeros. Se me ha quedado la boca abierta del asombro. Aquí la imaginación y la creatividad desbordan cualquier expectativa. En Bokanga, una niña de apenas 4-5 años llevaba a la espalda un madero abrupto y sinuoso. Al preguntarle si lo llevaba para la cocina de su mamá, me respondió tímidamente para sacarme de mi error: ¡No papá!..... ¡es mi bebé! Intenté arreglar el desaguisado preguntándole cómo se llamaba, pero dándome la espalda y mostrándome cómo se mecía a su andarcillo su materna ilusión, emprendió un sendero hacia la espesura. El mundo de los adultos y los niños, a veces no coincide del todo.
Thabita es una joven madre católica. Una muchacha “celibataire” como dicen aquí con su hijito. Este sinónimo de soltería no se corresponde con el estado célibe. La mayoría de la sociedad aquí goza de una soltería plagada de numerosos hijos con diferentes padres y madres. Frutos de abusos unos y otros consecuencia de las dotes impagables, por ridículas que sean, hacen que el amor viva estas páginas anárquicas donde la paternidad o maternidad responsables quedan del todo diluidas en una permisiva sociedad con altas dosis de desinterés hacia una organización familiar. El caso es que este país con el 51% de cristianos evangélicos, 29% católicos, 15% musulmanes y un 5% de religiones tradicionales, presenta un diverso mosaico en lo que a creencias se refiere. Thabita va contracorriente porque la gente de su poblado pertenece mayoritariamente a lo que aquí denominan “Christianisme”. Incluso las casas de las aldeas de alrededor, son todas de esta confesión cristiana. La mayoría no saben lo que son, porque por la mañana son de una y por la tarde acuden a otra sin sonrojo alguno. Les atraen las ropas, la música, las danzas,... cualquier cosa. No tienen capacidad, ni seguro intención de saberlo, acerca de las diferencias doctrinales entre ellas. Saben que son diferentes, pero nada más. De ello no se hacen problema alguno. Me he encontrado personas que no son católicas en las listas que me hacen llegar para formar parte de un movimiento o fraternidad apostólica.
Este cacao, este caos religioso hace que el cristianismo evangélico sea mayoritariamente de corte Pentecostal, Profético, donde los Baptistas tienen un peso específico propio. De ello dan buena cuenta las diversas iglesias, asociadas o no, que se hacen valer por sí mismas por cantidad de matices. Esta misma sensibilidad ha hecho que dentro del mundo católico haya cobrado especial relevancia la Renovación carismática, en la que a menudo hay no pocos ni pequeños excesos que la Iglesia intenta identificar y purificar. Pero volvamos a Thabita quien cada domingo con su pequeño a espaldas, afronta un camino inverso al de sus vecinos, cuestionada en cada saludo. La capilla católica le queda un poco distante. Algunos claudicaron a cuenta de este detalle. ¿Por qué han de ir allí si lo tienen más cerca aquí?, piensan. Pero Thabita es fiel y haga sol o llueva, abre su paraguas multicolor y acude a la celebración dirigida por el catequista o si coincide, como hoy, Eucaristía. Un sendero hecho paso a paso para encontrarse con Jesús, acogerse a la reconciliación, escuchar su Palabra, y sí eso sí, cantar y danzar al ritmo de la comunidad. En medio de sus pobrezas tienen siempre algo que compartir en la colecta económica o de especie. Tímidamente me pregunta si después la puedo llevar y dejar en el lugar donde puede ya tomar su sendero desde la carretera. Tras concluir la misa, el coche aparece asaltado al modo pirata por quienes sin solicitar nada estiman ya casi un derecho ir en la pick-up de la misión y están ya subidos en ella. Les mando bajar y pregunto quién ha pedido permiso para ello, y sólo Thabita responde. La lección está dada. Con Thabita y el pequeño Gaëtan, regreso a casa, dejándolos donde me indica y con un gesto singular de agradecimiento me paga con creces el viaje. Ambos, de nuevo, como una estampa repetida, desaparecen tras el telón de la foresta. Me dijo que cantaba canciones de iglesia por el camino, así se sentía acompañada y el pequeño protegido por ese efímero escudo de unas notas emitidas por quien es todo para él.
Thabita es modelo de fidelidad y constancia de la fe que quizá sea ahora su único amparo indulgente hacia una promesa incumplida o un abuso perpetrado en su dignidad de mujer que la convirtió en madre antes de tiempo, madre como la mayoría en este lugar, realizada en soledad. Abandono que se hace presencia en una pequeña vida que inocente, la acompañará y reconocerá siempre como “mama na tambula”, mamá en camino. Y el camino está hecho sólo para los valientes, como ella, quienes afrontan las distancias que conducen a los encuentros de vida.