martes, 30 de abril de 2024

Mt 25,40

En el Congo bosquimanos, en Angola Cassai, en Camerun y Gabón Ba’aka y aquí Aka. La población pigmea habita estas selvas de la cuenca del Congo desde la noche de los tiempos El rastro de esa antigüedad se percibe en su modo particular de vida como pueblo recolector e hijos de los bosques. Un grupo humano que sobrevive a los excesos impuestos por el progreso. Caracterizados por su rostro ancho y su estatura menuda, este pueblo tiene otras muchos rasgos. Son monógamos y por lo general no hay madres solteras. Dedicados a la recogida de los frutos de la naturaleza, sus poblados refieren una vida familiar estable y cuidada. No están libres de arquetipos sociales, como el de primitivos, en aras de excluirles. Tampoco son ajenos a las amenazas que se ciernen, interesadas, desde las bajezas humanas de la globalización, como es el caso del acceso al alcohol que adormece, aisla y domestica especialmente a los más jóvenes.

Durante unos días con Mario, he estado visitando poblados y campamentos aka en el territorio de la parroquia. Contamos con 27 asentamientos, quedándonos por conocer los que están del otro lado del río, de la Lobaye. Habrá que preparar bordón, y mochila porque el mas alejado dista unos 30 kms del cauce y serán jornadas de caminos y de vida en la selva, ya en la frontera casi con el Congo.  Estos cuatro días hemos estado reunidos en M’baïki con una cincuentena de ellos de toda la diócesis, para escucharles acerca de sus problemas y preocupaciones, sus posibilidades y capacidades. Ludovic, Enmanuel y Benicia son los líderes aka que hemos traído de M´bata, de tres campamentos diferentes. La Comisión Pastoral Aka, pretende protagonizarles acerca de sus vidas. Hay que partir de un trabajo de centrada autoestima que les dignifique y les permita asumir las responsabilidades de cara a un futuro mejor inmersos en  el conjunto de la sociedad centroafricana.

Viven en poblados, campamentos muy efímeros de apenas una estructura de palos sobre la que se organizan las ramas que les cubrirán del sol abrasador y de la imprevisible y copiosa lluvia. Inmersos en un mundo físico en el que se convive con lo espiritual (maléfico o benéfico), dimensión con la que se entra en contacto porque intervienen de diverso modo en los vivos.   “Ba nzambé” es Dios como divinidad o ser supremo, el concepto y la idea. Concretado como creador es “Má Bembe”. Los ancestros también tienen relación en ocasiones con sus familiares. 

La muerte no es para ellos ruptura alguna, si no prolongación espiritual de una preexistencia física.  Son ágrafos y su lengua aka es transmitida de modo oral. Sus procedimientos escolares tradicionales parten de una enseñanza de los sentidos. El maestro enseña a observar, a escuchar, a oler, a tocar, para después pasar a la expresión corporal  de las sensaciones y experiencias humanas, mediante la danza y el canto. Cuando un joven se cubre de vegetación y danza vertiginosa e incesantemente en círculos hasta su extenuación, estamos ante el “Mé kóndí”, espíritu del bosque que ha acogido a alguno de los habitantes del campamento para hacerlo ya para siempre habitante del bosque.

Estos son los “pequeños” del evangelio, no porque lo sean en verdad taxonómicamente, si no por su realidad, la que viven como minoría y ésta amenazada. Las distorsiones pueden ser por factores sociales en su relación con el resto de poblaciones del país o la entrada de elementos culturales externos (precisamente nunca los mejores). También condicionantes de factores naturales a cuenta de la destrucción del hábitat de la selva y la consecuente transformación climática.

Es toda una apuesta y un compromiso evangélicos estar junto a ellos, tal y como son y hacer lo posible porque todo lo que respecta a la dignidad del ser humano les afecte también y les permita vivir según su modo en medio de no poca adversidad de nuestra civilización contemporánea que arrasa y uniformiza. El porcentaje entre ellos de católicos es exiguo, quizá  evidencia del interés que hacia ellos se ha mostrado desde la propuesta misionera. Quizá sea el momento ahora de recuperar el tiempo perdido y desde unas claves misionológicas, mucho más elaboradas y respetuosas hacia sus formas de vida, podamos hacer camino juntos, “zo kwe zo”. Quizá estos “pequeños” de Mateo sean también “las ovejas de otro redil” que refiere Juan (Jn 10,16-18).

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