¡Que no cunda el pánico! Seguro que la entrada, “la carta” nos ha dejado un poco así. Eso significa que tenemos corazón. Yo estoy bien. Es verdad que la misión, como el resto de la vida, entraña estas páginas oscuras. Pero somos hijos de la luz. Es verdad que mi corazón está dolido, no tanto por el abandono inesperado ahora de quien sería mi compañero centroafricano en el ministerio, cuanto por lo que este abandono manifiesta: La necesidad de un acompañamiento de los curas jóvenes que evite una doble vida, en este caso de casi dos años. Es muy triste vivir engañado y engañando. Es muy triste también vivir con un drama interior y no poder, no tener a nadie cerca a quien confiarlo.
Escucho en mi interior, “no tengas miedo, tú fuerte y valiente , no te desanimes, porque el Señor tu Dios te acompañará donde quiera que vayas” (Jos 1,9), “te basta mi gracia” (2 Cor 12,9). Así lo creo y así lo asumo. La misión no es una excepción en lo que toca a lo humano. Así que a mirar el horizonte como Jesús: con confianza en el Padre.
Tan sólo hace unos día, a mediado de enero, una llamada de Leticia me advertía de quien era y su pretensión. Trabajadora de Obras Misionales, quería una entrevista para la revista “Misioneros Tercer Milenio”. Desde que estoy aquí, diversos medios de radio, televisión, prensa y medios digitales, se han ido acercando a esta realidad desde mi experiencia y punto de vista. Quizá ésta, por ser la última, estimo es la visión más completa, y también la más cruda. Abandonada esa actitud primeriza de los primeros meses, donde ilusión, novedad y sorpresa eran un bálsamo, seguro más condescendiente, con esta porción del mundo y de la iglesia, ahora hablo en clave realista del desastre de esta tierra. A pesar de su dramatismo, no es categoría desesperanzadora alguna, cuanto diagnóstico de un cotidiano vivir al que no se acostumbra uno y menos se ha de resignar.
Si algo te enseña la misión es a ser paciente, a darle a cada cosa su momento y su importancia. Es verdad que experimentamos un gran contraste, cuando venimos de una parte del mundo donde todo es rápido y casi inmediato, a golpe de clic. La luz, el agua, el transporte, la comunicación. La catarsis no es claudicar de nada, cuanto hacerte consciente del momento que vives y dónde éstas para concluir cómo debes vivir.
Cuando llegué a Mbata, las carencias eran totales. Por no haber no había ni un enchufe en el que recargar teléfono, batería u ordenador. ¿Os imagináis, un día en vuestras casas sin un mísero enchufe? Dos meses después, tenemos paneles solares que nos dotan de energía, y por tanto ya hay enchufes, y con ello cafetera, frigorífico y congelador. En las próximas semanas espero nos instalen ya la antena satélite para tener internet. ¿Se puede vivir sin todo esto? Pues seguro sí, los aka viven en el bosque y del bosque sin nada de esto. La mayoría de la población lo hace a su modo de otra manera, pero la misión debe ser algo distinto. Vivir con ellos y como ellos no significa que tengamos que abandonar nuestro básico y austero modo de vida.
Abrazamos la pobreza en la alimentación, en vivir con lo puesto, en hacernos la colada diaria. No nos arredra entrar en sus casas, comer con ellos, acariciar sus curtidas, enfermas o sucias pieles y con ello sus vidas, pero no nos resignamos a que esa miseria tenga que ser adoptada como nuestro modo de vida. La simplicidad y sencillez no están reñidas con la dignidad y estima de uno mismo. La inculturación supone el respeto a su forma de vida, pero también estás abierta a una propuesta de mejora de las condiciones que la hacen de un modo más digno. De aquí la escuela, el centro de salud, el pequeño panel solar en la techumbre, la moto, la radio, el jabón,… No hay imposición ni rodillo alguno, simplemente una oferta a vivir hoy con unos mínimos propios exigidos por nuestra condición humana y social en la actualidad. De no ser así, ¿por qué la mayoría abandona sin pensar demasiado el medio rural y la selva y se adentran al enjambre de las ciudades, al punto de reconfigurar la geografía social africana? Este éxodo para nada supone una mejora en su calidad de vida, más al contrario contrae no pocos inconvenientes y problemas añadidos, (delincuencia, superpoblación, escasos índices de calidad de vida, paro, violencias, prostitución,…).
Esta entrevista refleja mi visión del país, sus problemas y retos y el valor de una presencia que transforma sobre todo corazones con la esperanza de que ellos también lo harán después con aquello que forma parte de sus existencias. Aquí el principio pedagógico no es dar nada gratis, al contrario, todo requiere de su participación siempre conforme a sus posibilidades.
Crítico a tanta presencia inútil y tanto programa de desarrollo que, perfectamente diseñados y dotados, desembarcan como una realidad externa que pretende cambiar la realidad a golpe de ayudas, cuando el principio de cambio deviene por el convencimiento de quienes son los protagonistas y destinatarios de sus vidas, aquí y ahora. La misión es una realidad feliz, pero difícil. La misión, es verdad, siempre es algo más que una diagnosis, es una intervención, pero en cualqUier caso difiere mucho de las realizadas por otras entidades benéficas y por las que quizás no lo son tanto.
Está claro que el principio activo de la misión es la vida conforme el Evangelio, alejado de esa bebida alcohólica autóctona, extraída de la palma y popularmente extendida con la que he titulado esta entrada. Este líquido áspero reúne en torno suyo por todos los rincones de los poblados a la población para adormecerla en la modorra del hoy y así, no de otro modo, plegados al destino, sin expectativa futura. El Evangelio, más en misión, no adormece, si no que despierta y pone en pie. En esa actitud me encuentro, despierto y puesto en pie, así que ¡tranquilos!, a pesar de todos los inconvenientes, estoy muy bien. Ya sabíamos cuando nos embarcamos en esto. que no sería fácil. La misión, no es nuestra, sólo nos uncimos a trabajar en ella, pero le pertenece a Él.
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