En estos días previos no ha habido coronas ni velas de colores, pero hemos tenido tiempo de adviento.
No se escuchan villancicos, pero las danzas presagian que es Navidad.
No hay belenes, ni pesebres, tampoco espumillón, ni luces.
No tendremos turrón ni cava, tampoco cenas ni comidas especiales.
No habrá nieve, ni frío y a pesar de todo seguirá siendo Navidad.
No nos reuniremos en familia, como de costumbre, pero la familia con la distancia ha aumentado.
Seguiremos, eso sí, teniendo Herodes, romanos, pastores y gente sencilla, y por supuesto también a un pequeño que balbucea un amor sin igual, el de Dios que tanto se ha acercado a nuestra humanidad que se ha hecho carne.
No habrá prisas para las sorpresas, regalos de última hora ni superficies comerciales con horario especial.
Tampoco campanadas, ni misa del gallo, porque aquí serán las llantas oxidadas de camión quienes tañan y la misa de medianoche que será a las 22:00.
Navidad siempre y en todo rincón, aunque de modo diferente.
Estos cambios culturales ponen a prueba, no a la Navidad, sino a nuestro modo de vivirla. Y pese a toda diferencia hay una realidad que no cambia y es la misma para todos, y esa es Dios que nace, que celebramos nacido entre nosotros para mostrarnos cuáles son los caminos de la creación, lo que Él soñó para todos un día y nos servirá de reflexión, ojala, para ver que estamos haciendo de ella y con ella. Celebramos su presencia entre nosotros y el comienzo con su vida de ese reino iniciado entre nosotros, reinado de bienaventuranza, de justicia, paz y dignidad Un admirable intercambio de nuestra condición a semejanza de la suya. Navidad con frío o calor, con o sin muchas cosas, pero siempre con Dios.
Cuando la tierra santa es hoy un horno infernal de muerte, venganza y destrucción. Cuando grandes partes del planeta sufren las consecuencias injustas de un cambio climático que no han provocado. Cuando la pobreza se alía con el olvido y el interés con la corrupción y todo ello se concentra en estos lugares… cuando todo ello se sigue dando en nuestro mundo, todo ello es señal inequívoca que seguimos necesitando Navidad, pero la verdadera, no la que se apaga al concluir unos días de vertiginoso consumo, también de frágiles sentimientos, que empachan el alma de facilona emoción.
Estar de este lado de la historia y del planeta te permite reconocer que la Navidad es algo más serio que todo esto y para vivirla y celebrarla sólo se necesita de Dios y de cada uno de nosotros. A la Navidad le sobran destellos, azúcar y celofán. La navidad sólo precisa un pesebre acogedor, una mirada de asombro y un gesto agradecido con tan grande irrupción de Dios. Navidad será a pesar de todo cuando en medio de músicas, alborotos y brillos, cada uno pueda en esa noche mirar al cielo y descubrir el silencio de las estrellas que enmudecen para que una, sólo una de entre todas, alumbre el misterio que acontece en las periferias de este Belén de hoy inmenso que es la humanidad. Si eres pobre y eres capaz de descubrir esto, te habrás convertido en mago y este encuentro, al que ofrecerás lo que más vale de ti, te hará caminar de nuevo, pero de otro modo, por sendas diferentes a las que acostumbrabas y en ese retornar serás capaz de percibir el sonido de unas huellas, que asombrado descubrirás ya no son tus pisadas. Pero hoy toca admirar en la estrellada noche, rodeado de pobreza, la gran riqueza que Dios ha querido compartir con la humanidad Hoy, como si de un pastorcillo de la primera hora se tratase, puedo compartir contigo al relente de la nada y con el resplandor de lo que es todo ¡Feliz y santa Navidad!
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