Todos, seguro recordamos esa maravilla de 1951 en blanco y negro, que protagonizada por dos grandes como lo eran Bogart y Hepburn, supieron magistralmente convertir en imagen lo que veinte años antes Forester había convertido ya en letra.
Las cosas han cambiado mucho en la misión, aunque sigan los ríos, las guerras, las dificultades y la gente de bien abriéndose paso entre esta marabunta de dificultades e inconvenientes. Pero no vamos a hablar de cine. Hoy quisiera darle protagonismo a ella, a la reina de África que creo en estos momentos no es la barca, cuanto la moto (kpuru). Si, hay motos por doquiera que vayas. Es el medio de transporte más utilizado en todo este continente, también en este país.
De hecho, muchos caminos, senderos diríamos en castilla, sólo pueden ser transitados velozmente por ellas, haciendo sonar, curva tras curva, su claxon que previene a los peatones de algún disgusto. Ellas tienen preferencia en los caminos y carreteras sobre los viandantes. Todo el mundo lo sabe y al avistarse alguna, dan un paso a su vera para hacer su incursión en la cuneta, las más de las veces llena de la propia vegetación que lo invade todo, amenazando incluso ocupar la tierra batida a pesar de ser deambulada o rodada.
Van, por lo general hasta arriba de carga. Yo hasta la fecha he ido cual “señorito”, solicitando el servicio de moto sólo para mí, yendo de momento de paquete. He de decir que si la sensación de velocidad, la escasa que pueden aquí coger debido al estado de las rutas, es siempre hermosa en estos climas ecuatoriales, no puedo decir lo mismo de sus efectos óseos. Al llegar a destino hay que dedicar unos minutos a colocarse en su sitio todo lo que uno es, a estirarse bien con no pocos ejercicios de cuello, piernas y brazos.
Lo normal es que sea una moto con el servicio compartido, esto es, que vaya hasta arriba, bien de sacos de mandioca, bidones de agua, aceite de palma, o carburante. También de personas. Te cruzas con familias enteras que van a lomos de esta reina convertida en vasalla. Familias donde la mamá va detrás del conductor y el papá a su vez también tras ella. Entre ellos pueden ir dos críos pequeños y otro más pequeño aún. Si los críos pequeños son tres, pues el más pequeño y cuarto va delante del conductor. Todavía hay espacio para la carga, que bien amarrada puede ir de todo lo dicho anteriormente e incluso alguna maleta y animal doméstico, ya sea cerdo, oveja o cabrito. Quizá también algunas aves, gallinas o patos, bien aferradas sus patas. Por lo general los baches son todo un estímulo para que suene la melodía que Jacob Grimm pensó para aquellos músicos ambulantes de la granja sajona. No olvidarnos de la compra que se haya hecho y que puede ser y abultar de todo.
Así circula la vida también en este país. Por supuesto, cascos aquí, los azules, porque en la moto no. Apenas es común a todos los motoristas las gafas. Y todo esto que os puede parecer increíblemente peligroso, realizado con gran pericia por los jóvenes que, muchos al margen de papeles, buscan en esta profesión unos ingresos regulares que les permitan sustentarse.
Las reinas por lo general son de fabricación oriental y están muy tuneadas, personalizadas con sus preferencias de futbol, sus creencias. Las hay hasta forradas, sí forradas, o de pieles de colores o de plástico simplemente cual embalaje, para evitar lo inevitable: que se ensucien.
Esta entrada de hoy es sugerida por mi bautismo en lo anteriormente descrito. Cuando llevamos a Pancrace al Seminario… el viaje de regreso fue un gusto porque sólo regresamos tres: el motorista, la abuela del niño y quien escribe, eso sí con su mochila al hombro. Digamos que también me estimuló a escribir esta entrada la marcha de algunos jóvenes de la parroquia a Bangui para comenzar su curso escolar en los institutos y cuya instantánea es la imagen de esta crónica. La reina de África hará 140 kilómetros bien acompañada, pero sin el marinero y la misionera del Ulanga. Toda una vida andante con moto.