No se quien ha sido de vosotros pero en algún momento alguien me ha dicho “¡adelante con el campamento!” intuyendo que esta experiencia de ahora tiene algo que ver con esas vivencias pasajeras con niños y jóvenes en medio de la naturaleza, que han marcado felizmente también mi vida como sacerdote. Hoy lo traigo a la memoria y os cuento el porqué.
Ha sido una noche de infernal violencia lumínica, donde un relámpago no ha dado tregua al siguiente en su incesante suceder. Lluvia desbocada y racheada por el viento toda la noche. A las 5:00 rezo laudes en el oratorio de casa como todas las mañanas. Preparo las lecturas y me encamino a la iglesia para comenzar la eucaristía a las 6:00. Hoy apenas tres niños, un joven, dos mamás y tres religiosas. Comienzo la Eucaristía y en la homilía, una sucesión de truenos hacen que el agua a trombas acallen mi voz, y en adelante sigan la misa sólo guiados por mis gestos. Ruido ensordecedor y goteras por doquier. Acabo de añadir el vino y casualmente percibo una generosa gotera sobre el cáliz que preparo y sostengo aún mis manos Hoy ha sido así el mixtión, desde el cielo.
Tras la eucaristía, el agua corre por todas partes y tras larga espera al amparo de sagrado, en una pausa, les propongo a los niños y al joven desayunar en casa. Lo hemos hecho como si fuéramos los canónigos de Letrán que dieron origen a esta misión. Después, en vista que la cocinera no podrá venir, y tampoco Paul, el profesor de sango, le pido al joven me ayude a hacer fuego para dejar puesta la comida. Uno piensa que lo sabe todo, pero viéndole… De dos golpes trocea un tronco seco, coloca tres piedras y me pone algo de carbón vegetal. El fuego queda encendido y la comida “a la lumbre”.
Todo esto me ha dado pie a pensar después, mientras he dedicado la mañana a limpiar mi habitación, el baño y alguna otra estancia, sobre la soledad del misionero. Dicho así que nadie piense en algo triste. No. El/la misionero/a es una persona de Dios y por tanto de encuentro, de familia, de gentes. Pero de igual modo hay tiempos en los que esos momentos son tuyos y de nadie más. Donde experimentas que Quien te ha traído hasta aquí te acompaña misteriosamente como si fuera tu propia sombra. Hay ocasiones donde no hay nadie más. Instantes en los que la interioridad respira profundamente y se oxigenan los tuétanos y junturas del espíritu, diría también el autor de la carta a los Hebreos.
Son momentos en los que estar en soledad no significa “solamente” estar solo. ¡Sientes como nunca el respaldo, la presencia y el apoyo de tantos…! Estar sólo no da miedo, porque es haberse uno, consigo mismo. Recuerdas en estos momentos a tantos y tantas que han hecho de este modo de vida, para ti ahora pasajero, algo estable y duradero en su búsqueda de Dios. Para el misionero es importante contar también con estos momentos. Por cierto en sango, Espíritu Santo se dice “Yingo-Gbya”, esto es, la “sombra del Señor”. Para un biblista esta expresiones precisa y preciosa porque permite entender mejor Quién es Él. De este modo te sientes próximo al que luchó con Jacob, al que acompañó a Elías, al que en la intimidad llenó de Dios a María, al que hizo salir de la timorata experiencia al anuncio de la buena noticia. La sombra permite comprendernos a la luz de toda una historia y ésta de salvación. Sabernos, etéreamente acompañados y sostenidos incluso en estado de campamento.
Impresionado he quedado de tu reflexión sobre la "soledad" del misionero; realmente no existe tal soledad, para un alma entregada a los hermanos, por amor a Dios; Él está presente entre nosotros.
ResponderEliminarJesús, en el AT leemos que Dios se manifestaba a traves de los fenómenos de la naturaleza; ¿ no estará hablando a esa comunidad, hoy, por esos medios?...
Que tengas una buena jornada de trabajo con los necesitados. Rezamos diariamente al Señor de la vida, por todos vosotros.
Yo estoy convencido del diálogo de Dios con la humanidad, cada día, basta abrir os sentidos. Los momentos de soledad son importantes. De ellos hay que hacer virtud y sacar algo bueno (solitud y soledumbre). En el silencio se perciben mejor la realidad, estás más atento. La soledad como abandono.... es también un regalo (costoso) de la actitud religiosa. Un abrazote. y Gracias por tus comentarios!
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