viernes, 18 de agosto de 2023

ADRENALINA

Prometía ser un domingo normal. Estoy solo en la misión estos días. La Eucaristía, como de costumbre en sango y la homilía en francés. Los jóvenes me esperan a la salida y me dicen: “Padre, cada día mejor”. Entre los cumplidos percibo, con normalidad, un atisbo de verdad del que soy consciente también yo mismo. Me comunican que me esperan esta tarde para un partido. Pidieron un balón de verdad y ayer lo estuvieron preparando aquí en la misión. La mejor manera de agradecer el esférico  es ponerlo en terreno de juego, verlo serpentear por entre las piernas, rodar y rozar la pradera, buscando una jugada bonita mediante la que cruzar esas estructuras muy sencillas en madera: las porterías. 


Gran expectación se va creando ya a primera hora de la tarde. Juegan los jóvenes del poblado contra los jóvenes de la selva, esto es: “Kodro versus Gbäko”. Muy protocolarios, calientan unos y otros. Unos juegan descalzos con el pie desnudo, otros con calcetines, la mayoría con chanclas de playa, y alguno, los menos, tienen deportivas. Piden foto de rigor, escuchan las instrucciones del árbitro y se dan la mano. Da comienzo el partido. Los de la selva se han traído un grupo de chicas que, “en modo animadoras”, bailan, corean y gesticulan todo el tiempo conforme su equipo hace avances y logra alguna incursión en territorio contrario. Me parece increíble verles jugar tan bien y tan rápido con tan exigua equipación, especialmente en sus pies. Entre ellos, sin orden alguno, camisetas de equipos españoles, franceses y alemanes, sobre todo. Carreras, juego aéreo y… el primer gol. Se adelanta en el marcador la selva. Gritos y saltos en las ensordecedoras animadoras y gran parte de los pequeños. 

A menos de cumplirse la media hora, un lío en el área de la selva. Los del poblado reclaman penalti. El partido se detiene. Comienza la efervescencia de las palabras que da paso a los empujones y…. lo que no se debe de dar nunca y menos en el deporte. La competitividad pone a prueba a estos jóvenes de presurizada agresividad contenida. El ambiente hostil contagia a los espectadores, la mayoría niños, que comienzan también a pelearse y luchar entre ellos. El árbitro, me dice que se va y que si puedo… haga algo. ¿Yo? ¿Qué puedo hacer? Me acerco  y les digo que el fútbol es sólo eso, un juego y que la clave es el encuentro y la diversión. Calcada homilética deportiva de los unos para los otros.

Tras cuarenta y cinco minutos de pausa forzada, acuerdan cambiar de árbitro, y comenzar de nuevo, poniendo a cero el marcador que da paso a un buen juego, rápido, a la par que duro. Con bonitas jugadas se llega al fin de la primera parte. Comienza enseguida la segunda. Tenso, pero juego brillante. Se produce una entrada fuerte con el resultado de un joven herido en la rodilla por contusión. El partido se disuelve abruptamente de esta forma. Le aplican hierbas antes que llegue el Dicoflenaco.  Una tarde que da que pensar acerca de la bomba de relojería sobre la que vive cada joven de este país y cuya cuenta atrás se activa al menor roce. Importante la labor de mediadores y quienes ostentan ascendencia moral sobre ellos. La misma que cada uno de ellos tiene contraída consigo mismo y con los más pequeños. Una tarde  que no ha sido de gran evasión, si no de gran polvorín humano, epinefrina social concentrada. Por cierto, el marcador fue 0 a 0. El deporte impuso su justo veredicto, al menos en esta ocasión.


4 comentarios:

  1. Vales hasta para cronista deportivo. ¡Que pena la falta de goles que narrar!
    Un saludo cordial.

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    1. Al menos, el juego impuso su justicia ante lo que no es deporte. asi es. Un abrazo.

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  2. Para que tanto dinero en los jugadores.Adrenalina pura y dura

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    1. La verdad que dinero y adrenalina solas, hacen del deporte sin más una competición y se pierde la perspectiva lúdica y social que el propio deporte tiene. Gracias. Un abrazo.

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