viernes, 8 de marzo de 2024

ESPAÑOL EN LA SELVA

 Poco a poco se está incorporando a la vida pastoral, José Antonio. Hoy vamos los dos en el todoterreno. Él quedará en Bobúa, una comunidad muy animada. En este poblado se inicia un sendero de apenas tres kilómetros que a mí me lleva hasta Yale. Un camino bonito y diverso. Hay trayectos de claros y praderas, otros por el contrario se abren paso en medio de la espesura de esta selva. Hay que cruzar un frágil puentecillo de tablas, que al cruzarlo suena como un xilofón con esa melodía que susurra su escondida voluntad de amparar a quien pretende continuar camino. De igual manera hay tramos de arenas generosas y otros por el contrario de camino cortado en dos partes de diferente altura y grieta caprichosa al medio. Así se llega a divisar al fondo unas sencillas construcciones que conforman este poblado.

Si la primera vez fui recibido con alegría, esta segunda aún si cabe más. La capilla, un sencilla y amenazante construcción de palos y chapas, esta llena en su interior de infinidad de niños que muy respetuosamente me esperan. Entre ellos me percato de que hay un grupito de Akas. Es un estampa preciosa verles haciendo comunidad junto con el resto de etnias con las que se configura este grupo humano. Dice mucho de ellos esta natural y pacífica convivencia. Al concluir, como siempre, en el capítulo de avisos, el catequista refiere memoria acertada del curso que hemos celebrado de formación para los catequistas de las tres parroquias que lo formamos. Tras terminar, un ofertorio sencillo pero muy significativo. 

Es costumbre siempre en todas las capillas terminar con el responsable y los catequistas con un pequeño encuentro en torno a algo de comida. Pruebo un poco de Gosso (una masa insípida elaborada a partir de mandioca) untada en la salsa del guiso del pollo. De repente un hombre se acerca y me dice en un grácil y acentuado castellano: ¿Cómo estás Padre?. “Ayúdanos a cambiar la capilla”. Sorprendido le pregunto el motivo de su simpática expresión en español. Es el responsable del dispensario, que en la época de su formación universitaria, en tiempos de Bokassa, escogió como segunda lengua el español. La ha ido cuidando gracias a la lectura de prospectos de medicinas  y demás retazos de literatura hispana que han ido cayendo en sus manos. Un dispensario que es tal por un pequeño letrero sobre la puerta y una cuidada cama en la consulta. Medicamento ninguno. Aparatos de enfermería básica tampoco.

Es un hombre educado que me solicita retornar conmigo puesto que, en un poblado antes del siguiente al que he de llegar con Antonio, va a una “place ti kwa”, un velatorio. Por el camino de regreso hablamos un poco, recogemos a José Antonio y nos encaminamos a nuestra siguiente meta. Tras dejarlo para ese cumplimiento social tan importante aquí, vamos recogiendo a alguna gente que van de camino a la capilla, entre estos viajeros hay muchos niños, para los que ir en la zona descubierta del todo terreno es una aventura increíble. Llenan el trayecto de canciones y sus rostros transmiten la emoción de una experiencia con la velocidad, aunque ésta sea muy limitada.

En Bangui-Bouchia, celebramos ambos y percibimos el cariño y la acogida de la gente a sus párrocos, estos misioneros que siendo blancos, les resultan un tanto diferentes en el trato, quizá porque son españoles, no sé. Bangui nos espera y retomamos viaje. Estaos en las parroquias más alejadas de M’bata, y estamos a unas dos horas y media de la capital. Por el camino seguimos hablando de las peculiaridades de estas comunidades, su cordialidad y sencillez, nada comparable con la tomadura de pelo de la barrera en Sekia. Para controlar el tránsito terrestre, por lo general hay una serie de barreras en algunas localidades. Señuelos de peaje que por lo general nos exoneran. Sekia, antes de llegar a Bangui, es diferente y cuando hay algún encargado retorcido, lo primero que nos sacan es el talonario. El paso cuesta 500 francos cefa, no llega a un euro. Tasa que caprichosamente adjudican entre los usuarios. Para algunos hacerle pagar aquí a la Iglesia Católica es un logro de su orgullo. Pagamos y observo que al levantar la baliza, el coche que viene en sentido contrario no se detiene y pasa también. Llamo al joven cobrador (ya nos conocemos de más veces..) y le pregunto por qué no ha pagado ese vehículo, respondiéndome que ya lo hizo cuando pasó como yo ahora. Hoy me he enterado que ante este abuso arbitrario, hay posibilidad de cumplirlo en billete de ida y vuelta. Cuando sea mi próximo paso por aquí, lo solicitaré, y ya os contaré hasta qué punto puede llegar el cinismo de quienes no asumen el principio de ayudar a quienes ayudan, de quienes no toleran la diferencia, de quienes aún viven bajo el yugo de los prejuicios coloniales y de raza.

Entramos en la populosa, ruidosa y sucia Bangui, que será nuestro destino por apenas dos días, mientras renovamos carta de extranjería y hacemos algunas compras.


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