domingo, 29 de septiembre de 2024

SAFA BIEN VALE UNA MISA

Nuestra cabecera de hoy remite al espíritu de una frase atribuida al primer soberano Borbón, Henri IV, quien con ella (y París de por medio) expresaría lo conveniente que es establecer prioridad, renunciar para obtener en verdad aquello que uno anhela y que considera es mucho más valioso. El monarca, nos dice la historia, lo hizo convirtiéndose al catolicismo para con ello alcanzar el trono galo. Dejando el juego de tronos a un lado, en esta ocasión ha venido a mi memoria la misma porque me ha tocado ponerla en práctica.

Como cada 27 de setiembre, celebramos la fiesta de un cura muy muy especial, francés también por cierto. Vicente de Paul como pocos ha encarnado sin ambages la caridad evangélica, a costa de las aspiraciones humanas. Safa tiene  la dicha de contar con una comunidad de Hijas de la Caridad que atienden un hospitalillo, una escuelita y el centro de nutrición infantil. Un tesorito lo que hacen pero sobre todo, ellas, quienes lo hacen posible con tanto amor, tanta delicadeza y tanta profesionalidad, a pesar de los medios tan limitados. Al felicitarlas en su día, me percato que hoy, a pesar de tener dos sacerdotes autóctonos, hoy día grande para ellas, no podrán celebrar la eucaristía. 

Llamo a Romarick, el joven chófer que me lleva en la moto de la misión a aquellas capillas a las que no se puede acceder en coche, y nos ponemos en sendero, digo sendero porque en la mayoría del trayecto es un hilo de tierra que serpentea por entre el verde de la selva. Así, apenas cuarenta kilómetros de ida, nos separan y pertrechados para la ocasión y tras una hora y tres cuartos de doma motocicleta, llegamos allí. Atribuyen a la providencia la visita y en un plis-plas, organizan a los niños, a los jóvenes y a los papás que allí estaban y, con gozo celebramos todos la fiesta de Jesús en medio de los pobres. Tras una animada liturgia, viene la segunda parte de la fiesta, el banquete. Y ellas comen con los pobres haciéndonos partícipes de este gran don también a nosotros y con ello expresar la predilección de Dios y el regalo de Vicente en su estilo y en una de sus obras, sus Hijas, bueno mejor, Hijas de la Caridad.

¿Cómo no haber venido? Ellas me acogieron en mis solitarias estancias en Safa, cuando de advenedizo balbucía el sango. Ellas me abrieron las puertas de su casa y de sus vidas, mostrándome su rostro no ya de hijas, si no de hermanas. Que el Señor nos acompaña y cuida, es para mí un dogma existencial. Ellas han estado siempre cerca, muy entrañablemente cerca del ejercicio de mi ministerio, incluso en mi estancia de huésped en preparación para la misión en Madrid. Después con gozo, aquí también las he encontrado a mi lado. En esta ocasión, hoy, la comunidad ha cambiado debido, una a la caridad a ejercer con la familia, otra al intercambio misionero entre comunidades y la otra para continuar estudios. Pero de igual modo hoy sigue siendo una comunidad preciosa que representa muy bien cómo el mundo puede entenderse a pesar de nacionalidades diferentes, cuando se utiliza el lenguaje de Dios, el idioma de la caridad. Así una colombiana, tres ruandesas y una burundesa son este rostro de fuegos que encienden otros fuegos en este Éphata que vive la familia vicenciana y que junto a todos se sienten con júbilo peregrinos de la esperanza y del amor de Quien se hizo nosotros e hizo camino primero para encontrarnos y amarnos.  ¿Cómo no ir a Safa hoy?. El tortuoso camino se hizo bien porque también era de Dios estar allí y con San Vicente echar una mirada llena de caridad en derredor y descubrir con gozo la afirmación de Jesús de que a los pobre los tendremos siempre entre nosotros, a ellos especialmente va dirigida la Buena noticia del Evangelio.

Al llegar a casa y deshacerme de la mochila, me percaté que pesaba más de lo que yo la había preparado y que ello era consecuencia de dos regalos inesperados, dos tarros de confitura hecha de cáscaras de naranja y de mango elaborado por las hermanas. Suave pago al paladar para un viaje de ida festiva y retorno feliz. Así es la caridad en pobreza extrema, sucia pero exquisita, te hace sentir bien tantas veces como requiere de uno.


jueves, 26 de septiembre de 2024

CRISTINA

Sus facciones ya casi lo dicen todo de ella, en la que confluyen esos contornos recios y alegres al mismo tiempo, como su querida tierra donde se desahoga al atlántico nuestro querido Duero. Es lusa. Su rostro, además de darte a primera vista ya incluso, esta apreciación, familiar para quienes compartimos vecindad al otro lado de la “raya”, denota una personalidad entregada, cariñosa y vital. Sus ojillos traviesos están atentos a las pequeñas cosas son una buena impronta de su carácter. Enfermera de profesión, es misionera laica por vocación. Lo es en la familia comboniana. Ello la trajo desde su Oporto querido aquí hace ya tiempo por espacio de dos años. Yo la he conocido con mi llegada aquí, en lo que para ella es su segunda estancia en el país. Dedicada con todo corazón y alma al hospital de la misión de San Jorge en Mongoumba, a treinta kilómetros más allá de nosotros, donde el gran río hace frontera ya con el Congo. Un enclave al que para acceder en sus últimos kilómetros, es preciso cruzar uno de los ramales de la Lobaye, este  afluente que dota de músculo al gran Oubangui. Una villa populosa y animada, donde los Combonianos se establecieron en 1974, aunque el lugar acogió el evangelio en 1911. M´bata sería también objeto de su acción misionera en 1982, después de haber estado aquí Espiritanos y dominicos,  españoles por cierto. El caso es que se vuelve ahora a su Portugal del alma.

Casi cuando salga a la luz esta entrada, Cristina estará surcando el cielo de vuelta a casa, para retomar de nuevo su trabajo allí y así hacer posible su futuro, cuando le llegue el tiempo de la jubilación. Son decisiones difíciles con las que no hay juego posible y donde la sensatez acaba siempre imponiéndose. No es una lucha contra nadie, es simplemente el sentido común. Los misioneros no seglares, no tenemos ese problema laboral. Cristina es una más de las que han de conjugar su futuro de garantías sociales, con el futuro incierto de aquellos que ha hecho suyos y que nada tienen. Pero Cristina no es de este mundo, no le pertenece, como tampoco lo somos los demás, simplemente nos hacen de él, lo hacemos nuestro, pero saben y sabemos que no somos de aquí. Y en este saber y ser, Cristina ha dado lo mejor de sí.

Cuando el otro día  visitamos juntos el centro de rehabilitación de personas con discapacidades físicas, su trato afable, cercano hace que entiendan cada palabra y consejo que a pesar de saberse limitada con la lengua, ella se hace entender con sus gestos y mirada. Todo ello para lograr su mejoría y  lograrla prontamente.  Su sonrisa es la mejor dosis para lograr la cura. Los peques la esperan impacientes y no quitan ojo de sus gestos porque de alguno de ellos brotará un chuche o una chocolatina, como así resultó ser también de nuevo esta vez. 

Transmite lo que vive y lo hace de un modo sereno y nada trascendental, un modo cotidiano y normal de hacer bien las cosas y sentirse recompensado ya sólo con ello. Cristina, como Fernando, Everaldo o Gladimiro, son esos misioneros combonianos con los pies en la tierra que enseguida empatizan con quien necesita, y el que escribe ha recibido y recibe aún de ellos, los que quedan, lo que también necesito, que casi siempre es un pequeño gesto con un café bien hecho, un diálogo sincero y sereno, muy de a pie de obra y nada sublime, y tantos consejos que participan espontánea y generosamente dada su dilatada experiencia en la misión. 

Cristina se va, pero queda aquí un poco y además para siempre. Se lleva en el corazón mucha pobre tierra con sus ricas gentes. Por mi parte cada vez que mire a esa imagen de la Virgen de Fátima en Maison Comboni, me llevará ti y me acordaré de tu cariñosa cercanía para este “misionero de la alegría” que decías y de cómo nuestras conversaciones cambiaban de registro sin  notarlo, del francés al portugués, del portugués al español, y de cómo este simpático Babel nunca fue impedimento para comprendernos bien. Seguro que cada noche cuando dirija su mirada hacia el ancho cielo portugués, identificará esas estrellas de alma que a pesar de pertenecer a esta parte del ecuador, ella verá con toda nitidez. No llorará, porque la naturaleza la ha hecho fuerte –al menos por fuera-, pero si sonreirá, que es su manera agradable de sentirse cerca de los que siempre serán suyos, entre los que seguro me cuenta a pesar de haber llegado casi al final. Me da pena, pero entiendo que la vida exige pasos así. Obrigado irmâ, eu sempre lembrarei de você. Deus o abençoe!.

domingo, 22 de septiembre de 2024

TAMBORES EN TIERRA Y CIELO

Nunca un domingo es un día cualquiera. Cuando este año bauticé en Mokinda, muchos de los catecúmenos eran de un poblado cercano, de Wele-Wele y así cuando ahora programé, al día siguiente de llegar de nuevo aquí, el plan dominical para setiembre y octubre, no dudé en consultar al Yaya-Kota, la posibilidad de comenzar por esta comunidad.  Así podría comenzar una novela, pero hoy toca describir la realidad. No tienen ni capilla, de ahí que acudan domingo tras domingo a Mokinda. Le propuse celebrar la eucaristía dominical en el campo. Teníamos que ponernos primero a bien con el cielo, dado que la lluvia se hace presente y amenaza por todos los rincones. Y así hemos llegado al día de hoy, precedidos de una noche de relámpagos y truenos que a muchos hicieron temblar y sospechar con una fiesta aguada. Este era el ambiente escéptico que se respiraba en el consejo pastoral de sector de ayer, que aúna las capillas de Gbokia, Mbata y Mokinda. ¡Pero no! Estaba de Dios el que hoy su presencia fuera real en medio de esta gente y así amaneció un domingo gris que en apenas hora y media dio paso a un sol precioso.

Laudes, desayuno, últimos preparativos y al coche. Me acompañan Mario, Olivier y Messi. Por el camino recogemos al catequista y recién elegido ayer yaya kota de este sector, Mathias. La expectación se percibía ya por el camino, donde kilómetro que se avanzaba íbamos recogiendo cada vez más gente. Los chavalines sirvieron como el corcho blanco de embalajes  o el plástico de burbujas, para evitar que los adultos del cargamento se moviera, ocupando hasta los resquicios más sutiles de la pick-up. Llegamos y…. pleno total. Habían elaborado, como lo suelen hacer muy bien, una construcción con palos, telas y ramas, estructura que cobijaba una mesa  y un tronco grande de árbol que, adornados con unas telas verdes aludiendo al tiempo ordinario en el que estamos, eran el altar y el ambón. Pobre pero bella y dignamente preparados. Saludos efusivos de recibimiento tras los que, después de preparar todo, les propongo comenzar con la celebración del perdón. Y así a la sombra de una miserable casita, dos sencillos asientos, fueron el escenario en el que acogieron muchos este don. Primero ellas, mayores, mamás y jóvenes. Después ellos. 

Tras una hora y algo de confesiones dio comienzo la fiesta de la Eucaristía, fiesta porque rezumaba alegría por cada rincón a ritmo de los tambores de la coral. Hoy la comunidad de Mokinda ha tenido que hacer el camino que tantas veces han realizado a la inversa ellos, pero aquí estaban todos. Un grupo de una quincena de Akas nos acompañan también. Toda la misa fue un himno bonito dirigido a quien hace camino con nosotros y nos anima a preocuparnos los unos  de los otros para encontrar en el servicio el mejor distintivo de ser sus discípulos. Expresión de ello ha sido el generoso ofertorio de frutos del campo que han dispensado a la misión. Y en medio nos pone hoy Jesús a los niños, aquí en multitud, para que aprendamos a ser como ellos, alegres y confiados. El final es apoteósico porque me arranco también a bailar con ellos, como David, una danza sencilla pero en la que se contornea todo el cuerpo, rompiendo con este gesto los gritos de alegría de toda la asamblea. Tienen conciencia de que Dios hoy les ha visitado, por eso, me dijeron, no fuimos debajo de un árbol si no que celebramos en medio del poblado. Les agradecí el que acogieran a los Aka, muchos de los cuales no son ni siquiera cristianos, pero sí todos cordiales, curiosos y respetuosos. Sienten también con todo esto la cercanía de Dios a sus vidas. Todos me piden que esta comunidad sea puesta bajo la advocación de san Eusebio, en tanto que el primer católico y catequista de la misma llevaba este nombre.

Tras la comida, ya sí a la frescura de un árbol sombrío, regresamos a Mokinda. El coche a rebosar de niños, que como si hubieran pagado una plaza, ocuparon pacientemente desde la conclusión de la celebración. Despacio y al ritmo de sus cánticos llegamos a Mokinda donde los dejamos, no sin antes ayudarnos a cargar en su lugar, piedras que ya habían recogido con anterioridad y que transportamos para terminar con la fundación del muro de la misión. Una joven mamá con su peque en brazos, nos pide acercarla a Mbata para poder vender allí dos sacos de Mandioca, sacos que para ahorrarle la tarea le hemos comprado para hacer frente esta semana a los casi cien catequistas que esperamos para formación.

Y así se ha pasado el día, en el que ya por la tarde, de nuevo el tambor celeste nos recordaba que lo vivido había sido sólo una tregua, un regalo para poder vivir lo que hemos compartido.


jueves, 19 de septiembre de 2024

SI

Como cada 16 de setiembre, la celebración de mi ordenación cataliza la jornada, a pesar de no haber nada más especial en el día que esta efeméride. Hoy el “extra” será un pollo para comer. Es curioso que esta lengua sango no tenga una palabra para decir “sí”. No existe la afirmación como tal. Basta un sonido nasal en las conversaciones diarias para asentir, pero nada más. No ocurre igual para la negación, donde además de existir la expresión escrita (pepe), la enfatizan en sus conversaciones al repetir dos veces el sonido nasal de la afirmación. 

Consideraciones aparte, en esta ocasión  ya son 29 años, y estoy convencido y agradecido. Lo primero porque creo no haberme confundido en la vida. Lo segundo porque sigo creyendo que es un don inmerecido. Cuando durante estos años he sido testigo de tantos fracasos en proyectos de vida, agostados en vocaciones truncadas, no puedo si no volver de nuevo el rostro al cielo y dar gracias por tanto cuidado y tanto amor en este tiempo, intactos ambos (cuidado y amor) a día de hoy. Siento el arropo de toda una familia que, diversa y plural, se aúna en el cariño que otorga sabernos y sentirnos una misma sangre, generando en ello el respeto que todos merecemos a nuestras opciones y convicciones, cuando estas son sinceras y ennoblecen a todos.  

De igual modo todos los que este ministerio me ha ido dando en estos años en el parentesco de la fe, desde los primeros confiados en aquél octubre de 1995 hasta los advenedizos de esta ultima hora. Todos, de un modo u otro ocupan un espacio en mi corazón. Todos, amigos de Dios, más cerca o lejos, habituales u ocasionales, todos me han aportado lo mejor para que yo sea y pueda seguir siendo como soy. 

En este tiempo también ha habido partidas. Unas, las lógicas que marca nuestra condición humana en nuestro devenir. Otras, aquellos abandonos de un paso compartido en el fraternal camino y que, motivadas por tantas y misteriosas razones, simplemente te han dejado con la confianza, seguro, de que tomaron más de lo que dejaron y ello, claro está, en la clave de la felicidad. Puedo decir hoy que a pesar del dolor, no guardo rencor alguno. La libertad nunca puede dejar rastro en el corazón de animadversión alguna. Los renglones torcidos son también lugar de gracia.

A lo largo de estos años  he descubierto que sigo como en el primer momento, estrenándome como aprendiz, con la misma ilusión e inocencia y con mayor torpeza, si cabe. Cuando el pasado día al regresar a M’bata recorría la carretera y cruzaba los poblados, la gente al reconocerme,  unos sonreían, otros dejaban a un lado aquello que les resultaba estorbo para saludarme y desde luego todos los pequeños corrían felices con su retahíla y cantinela infantil de “Bwa Ghus ga awe!”. (El Padre Chus ha venido!). Vivo el hoy, aquí y ahora como aprendí a hacerlo ayer, allí y entonces y como espero hacerlo en el incierto mañana, con una alta dosis de alegría y entrega, que quizá sean las únicas medicinas que alivien también mis pecados.

Una vida vivida con sencillez. Intento alejarme de todo aquello, dentro y fuera de la Iglesia, que entiendo no hace bien y no sirve para nada. Lo inútil cuando es pertinaz en su empeño de seguir siendo inútil, siempre resulta nocivo. No estoy, no estamos para malograr el tiempo que recibimos como un gran regalo irrepetible y original. He aprendido, imagino que como todos, a fuerza de golpes, que siempre es mejor ser humilde que mantenerse erguido en el ego, cuando éste tiene se esconde con tantas trampas. He aprendido a ser agradecido, especialmente con aquellos que, dolidos conmigo, ejercitan la grandeza del perdón y lo brindan como una oportunidad a desembalar otra vez. He aprendido a encajar los contratiempos, a no darle importancia a las zancadillas, a dejarme levantar y a no tener otra ambición que la de seguir diciéndole a Quién me llamó, que no soy digno, que ahí sigue estando, manchado y roto, pero dispuesto, mi Si. Como siempre, una palabra suya lo recompondrá, lo sanará. 29 años dan para mucho y de todo ello sólo destaco de nuevo el Gracias de aquél primer encuentro que se actualiza día a día.

domingo, 15 de septiembre de 2024

SORPRESAS EN LO COTIDIANO

Nunca habían podido pensar que esta golosada esponjosa y blanca fuera el resultado del ofrecimiento generoso de cada grano de maíz que, hasta hoy, sólo sabían era la comida predilecta de los pollos. Así, con una fuente enorme de palomitas de maíz, despedí a los seminaristas de la parroquia tras la misa del domingo. Vinieron a buscar la bendición y nada mejor para acogerles que compartir lo que los mayas comprendieron como fruto de sus divinidades. Además de salir bien, no quedó ni el más remoto signo de su agradable presencia entre nosotros. Mientras las elaborada al fuego, Ben me miraba con ojo atento y sin perder detalle. Chorrito de aceite, puño de granos y cacerola tapada.  Al poco tiempo comenzó la fiesta del “pim-pum” que arrancó de su rostro una amplia sonrisa de joven con aún corazón de niño. Tras una animada conversación, les hicimos entrega de un rosario e hicimos juntos la oración del jubileo de la evangelización de este país, que celebra durante este tiempo sus 130 años de evangelio por aquí.

Compré en Bangui una olla a presión turca, de aquellas de las que fuimos testigos de niños, con válvula bailarina en medio de una aromática atmósfera. Aquellas que cautivaban nuestra mirada en aquél giro incesante fruto del vapor. Hoy la he puesto con, unas lentejas, que también compré en Bangui. Ni que decir tiene que semejante artificio en la cocina también es el objeto de admiración de Audret, la mamá que nos cocina en la misión y que nunca pudo sospechar tendría tanta tecnología al fuego. Mientras estoy escribiendo esta entrada y su reciente bebé permanece en un improvisado parque infantil de barreño lleno de ropa, se percibe el inconfundible sonido de la misma y de igual modo el olfato delata que son lentejas aderezadas con un milimetrado gasto de la roja vianda zamorana traída de casa hace apenas una semana. 

He recibido de mi querido primo Tomás, el podcast de su programa en RNE en el espacio “círculos concéntricos” del 15 de setiembre. Una gozada escucharle, un creador es un transgresor que va a tientas. Me encanta su hondura. Siempre le he dicho me gusta más su poesía que aquella novela que acarició el éxito literario. Me encanta su mirar a lo pequeño, su preocupación por lo cercano. Ese guiño constante en sus escritos a la filosofía, a esa capacidad por dar que pensar con su poesía. Esa apuesta por la validez de los sentidos, esa actitud crítica, en su auténtico significado de despertar permanente de todo aquello que somos y  de aquello también que nos rodea. La vida secreta de las palabras, el sigilo de la poesía, la tranquilidad de una vida tejida por la paciencia y las habilidades… ¿Qué puedo decir? Que escucharle me ayuda a respirar hondo y en esta acción percibirme, antes de nada, como humano, demasiado humano también. El lenguaje como ese estado natural en el que lo onírico sostiene la mecánica de la realidad... Para mí, en verdad, todo un mundo sugestivo dado que sobre todo soy hombre de la Palabra.  De cuando en vez conviene este ejercicio del espíritu, avezado en ocasiones por el poeta, que te permite entrar en ti mismo, tus silencios y oscuridades para descubrir con más avidez lo nítido y auténtico de tu sustento existencial. Es toda una pirueta del Espíritu que hace bien al hontanar de nuestro ser. 

Más prosaico, tras este instante de íntimo buceo, resulta el balbuceo de cabra que escucho y que denota que algo ha pasado a pesar de que los gatos dormitan como si tal cosa, acurrucados en una confusa mata de familia acurrucada al abrigo del sopor. El día que comenzó despejado y soleado, comienza a cubrirse de nubes llenando el espacio de ese tono etéreo de ceniza que barrunta el destino inexorable de esta tarde. 

El valor de lo cotidiano está en estas cosas, el que no pasen inadvertidas las palomitas, las miradas, la marmita, el cielo, lo que nos circunda  y sobre todo…. las palabras, esas que ahora no salen de nosotros, más al contrario, entran hasta lo más profundo de lo que somos con la única finalidad de hacernos bien, hacernos vivir.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

ENKUTATASH

De ese modo denominan los etíopes el día del año nuevo. El 11 de setiembre comienza el calendario copto que se rige por el antiguo cómputo faraónico. Un año de 13 meses que les hace estar a día de hoy en el año 2017. De ello me he enterado en Addis Ababa, al hacer escala desde Madrid a, de nuevo mi destino, Banghi. Guirnaldas de flores amarillas por todo el aeropuerto y ya al subir al avión, un recibimiento de las azafatas con el sari blanco  aderezado por un motivo floral verde bordado en oro y un elegante tocado de una hermosa y vistosa flor amarilla. Nos han ido obsequiando con un detalle de una pequeña cajita decorada al efecto y que atesoraba un par de bombones  El viaje, a pesar de ser largo, ha resultado muy agradable, un viaje de retorno que supone de nuevo un comienzo, tras un tiempo vacacional en casa. Un “año nuevo” que comienza con un poquito de experiencia tras mi acercamiento a esta realidad durante el año pasado. Un año lleno de ilusión y ganas por adentrarme más de lleno en este mundo, esta iglesia y estas gentes.

Estos dos meses en casa han servido para revisiones médicas, de resultados satisfactorios y sobre todo encuentros. Encuentros con el IEME, familia y amigos. Encuentros en los que he percibido el cariño y el compromiso de no pocos. La calurosa acogida familiar, (con esa fantástica reunión primada), la fraterna hospitalidad de mis hermanas Dominicas de Toro, los diálogos con amigos, llenos de inquietud y ganas por saber cómo es la vida, cómo ha sido mi vida por esas latitudes. Para unos ha sido un encuentro a pie de calle, para otros con una cerveza por medio (Godo y José María), para otros una mesa… en cualquier caso todos fructíferos y sólo con una pena por aquellos que no se han podido realizar y que deberán esperar a la siguiente ocasión, por lo cual les pido perdón. Encuentros privados, como con el Obispo, con Tomás, José, José Miguel, Bernardo, Tere, Pepe, Juan Luis, Enrique, Macario…con las comunidades del Amor de Dios, Hijas de la Caridad, Misioneros del Verbo Divino, Sofías y Carmelitas. Encuentros también con familias de las que formo parte como alguien allegado y querido, Maria José, Charo-Carlos, Sonia-Jose, Fina-Pepe, Araceli-Jose, Angelita-Aurelio, Teresa-Coco, Gabi-Oliva, Rober-Mónica....... Visitas a compañeros y amigos, algunos que han sido misioneros antes que yo y otros enfermos, Pedro, Fernando, Carlos, Eleuterio.... Encuentros de ventana abierta como el brindado por TV Zamora. Todos preciosos, precisos y muy grandes. Ya digo que sólo me embarga la pena de no haber tenido más tiempo para estar con aquellos que, queriéndoles mucho, no he podido hacerlo ahora, muchos amigos  y muchos de familia sobre todo de la sierra salmantina donde están mis gérmenes paternos.

He podido realizar los compromisos que tenía, tanto familiares (boda) como de otro tipo (campamento Jamscout, boda de alumnos, fiesta de la Virgen del Canto). He podido sentir la fuerza de la tierra que acoge a quienes  sin irse del recuerdo he ido despidiendo en esta vida. Visitar la sepultura de mis padres y familia en Alcañices, también la de Mons. Uriarte en Frúniz. Visitar al discípulo, apóstol y peregrino Santiago. Y siempre de la mano de buenos amigos como Montse, Agustin, Carlos y Carmina...

Todas estas experiencias son también parte necesaria de la misión, sentir tus raíces te permite crecer donde ahora estás sin olvidar quien eres y dónde están tus orígenes. Este tiempo es como el reverso cordial que sostiene a un anverso de entrega y testimonio, que no es mío, no me pertenece si no que es de todos.

Y ya de regreso aquí, poner los pies en esta tierra del sueño de Dios en el corazón de este continente, e llena de nuevo de emoción y agradecimiento. El cielo me recibe con su expresión destilada que perfuma, fecunda y refresca esta porción de tierra. La ciudad lo hace también a su modo con su bullicio e incesante vértigo de idas y venidas de unos y otros que deambulan  en este, siempre cotidiano vital, que sólo se ve irrumpido por una explosión tras nuestro coche cuando circulaba por la Avenida de Boganda hacia le “point Zero”, itinerario escogido por Jacques, el chófer. Nada grave, ha sido un neumático del coche que nos sucedía que ha reventado haciendo que los soldados que llevaba saltaran al suelo y todos tomaran posiciones a la defensiva. Buena puesta en escena que me permite tomar ya conciencia que he llegado, he vuelto de nuevo a un mundo lleno de imprevistos donde lo cotidiano posible (un reventón) puede ser innterpretado como amenaza. Donde la vida fluye y se abre paso como ese inexorable deseo de hacerse presente en medio de toda esta vorágine de coincidencias, con el único pretexto de prevalecer por encima de todo. Nzoni gango be Afrika! (Bienvenido a Centroafrica).